¿Entendemos la Navidad?

La historia les parece increíble a algunos y maravillosa a otros, pero no se pueden alterar sus significados

Estos días pueden originar una ceremonia de la confusión. Se habla de Navidad y pensamos en cuestiones accesorias, incluso rutinarias. Si hay más o menos luces en las calles, si las cabalgatas irán por tales o cuales calles, si hay pistas de hielo o atracciones suficientes para los niños, si las campañas de promoción comercial son buenas y favorecen que la gente compre en Cádiz o en otros municipios de la Bahía, o incluso en Jerez, que es la tierra de las zambombas, cada año menos espontáneas y más dedicadas a recaudar. Se nos olvida lo principal, que es una historia tantas veces contada, en la que un Niño nace en un pesebre de Belén.

La historia les parece increíble a algunos y maravillosa a otros, pero no se pueden alterar sus significados. El Niño es el Hijo de Dios, tan humano como divino. Su madre, María, es una joven virgen, que ha quedado encinta por el poder divino. Su concepción ya fue inmaculada porque Ella es el primer sagrario de la historia. Su esposo, José, no es el padre real, pero sí el padre adoptivo, que ha creído a la Mujer y no la ha maltratado, sino que la ha amado y se ha puesto a disposición de ese proyecto de Dios.

José es pobre, María es pobre, el Niño nace pobre, en un pesebre, donde hace frío. No han buscado las riquezas de este mundo. Tampoco han encontrado solidaridad, sino puertas cerradas. Ellos eran forasteros, una familia de Nazaret que pasaba por Belén, y no encontraron a nadie que los acogiera. El Niño nace como un desharrapado, que ha llegado a las costas de la vida sin nada. Se cumple una profecía. Herodes quiere matar lo que representa ese Niño y martiriza a otros, en un gran genocidio.

Frente al poder mundano, que suele ser cruel, está el gran poder divino. Está la Estrella que ilumina las sombras. Ese Niño ha nacido para todos. Ha nacido para los magos, que representan a todas las razas. Todos los hombres son iguales ante Él. Los pastores que le ofrecen lo poco que tienen. Los magos que le regalan símbolos de gloria en su honor. Pero los pastores y los reyes han llegado con humildad, porque la soberbia no vale para nada ante ese Niño.

En la noche oscura del mundo, entre las guerras que ya asolan esas tierras de Oriente, brilla una Luz que nace del amor. Ni más ni menos. De nada me sirve si no tengo amor. Esto se lo contará Pablo a los corintios, algunos años después. El amor es lo único que puede salvar al mundo. Por eso, todos los discursos del odio serán condenados. Por eso, el mensaje de Belén sigue siendo un grito en las tinieblas de la historia.

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