Elogio del luto

El luto no es una formalidad o, si lo fuese, sería una formalidad fundamental

He leído la amarga queja de una chica que ha perdido a su padre, como tantos, y que se escandaliza de las discusiones políticas, de los memes humorísticos y de las frivolidades con el confinamiento. Me ponía un dedo en mi llaga. Quiero decir que mi conciencia me ha repetido a menudo estas semanas esa misma advertencia. Rodeados de un dolor inmenso, hemos seguido hablando de todo un poco. Como escribo un artículo cada día, el efecto de pasar de lo grave a lo bufo ha sido todavía más vertiginoso al quedar por escrito y en un medio público.

En realidad, eso tiene mal remedio, teniendo en cuenta la naturaleza humana. Si uno ha tenido que ir a un velatorio sabe que muchas de las conversaciones que allí se cruzan son intrascendentes, otras recuerdan al difunto con una sonrisa dulce o incluso con alguna combativa carcajada, cuando alguien cuenta una anécdota memorable de su vida, y luego, sin solución de continuidad, con una lágrima, y antes con una oración.

Cuando uno entiende que así son las cosas, comprende la necesidad profunda del luto. Que es nuestra manera de afirmar: hable de lo que hable, mi estado es de tristeza profunda. El luto, aunque sea un lazo negro, es un recordatorio de que el telón de fondo de nuestros días es la pérdida. No es un formalismo o lo es, pero fundamental, contra lo que puede creerse a simple vista, porque te permite hacer otras cosas sin la sensación de estar traicionando ninguna memoria por la espalda. Detrás siempre está el telón del duelo.

Me encantaría saber las verdaderas razones por las que el Gobierno ha apostado por evitárnoslo de todas las formas posibles: desde apartar las fotos de los difuntos y los entierros hasta negarse a declarar incomprensiblemente el luto oficial, pasando por la poca voz que se ha dado al dolor de los familiares. Habrá habido, claro, un cálculo de marketing político, pero también esa buena intención tan postmoderna de evitarnos el supuesto trauma de ver y oír cosas que inquieten al hedonista satisfecho que confunden con el ciudadano con paz interior.

Por lo que haya sido, ha sido un error, que nos dificulta la vuelta a una normalidad auténtica. Ésta, para serlo, tiene que asumir a pecho descubierto las pérdidas irreparables que ha sufrido nuestra nación. Con ese dolor a cuestas, sí podríamos discutir de política e incluso sonreír o comentar frivolidades. Sin el paso falso de estar dejando detrás a nadie.

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