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Elogio del 'hater'

En las redes sociales, como la mayoría sólo sigue al que quiere (le apetece), sólo sigue al que quiere (le agrada)

Muchos odian los anglicismos, pero qué remedio, si hater es un tecnicismo. No es 'odiador' u 'odiante', sino el que hace del odio una forma de ser y de estar. Ha proliferado en internet, amplificado por el anonimato, aunque ya había haters camuflados en los pliegues de la vida analógica. A bote pronto, el hater resulta ridículo: un tipo que viene irritado de casa, como si arrastrase un desarreglo personal.

Pero ahí está el toque. Las redes sociales son propensas al compartimento estanco. Como uno sólo sigue al que quiere, sólo sigue al que quiere. Con tanta amistad y tanto like, se crean pompas de bombos mutuos que llegan a distorsionarnos la percepción de la realidad. Fomentan la autoestima y la autoafirmación, sí, pero a la par que el autoengaño. Nunca agradeceremos lo bastante al hater que acuda al auxilio, y pinche la burbuja. Él está dispuesto a sacrificarse visitando detenidamente lo tuyo para declararse siempre rotundamente en contra, asqueado, escandalizado, incrédulo… Los que no tenemos un espíritu caritativo y generoso enseguida nos aburrimos de leer a quien no nos gusta, y cambiaríamos el dicho inglés de "as mad as a hatter" por "as mad as a hater". Pero lo cortés no quita lo demente, y reconocemos que el hater contribuye con abnegación a nuestra salud mental.

Gracián, al que no se le escapaba una, advirtió: "Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien". Con cuatro siglos de adelanto, detectó la gran virtud del hater: "Más fiera es la lisonja que el odio, pues éste remedia eficazmente las tachas que aquélla disimula". Nietzsche también suspiraba por el hater: "No es necesario ni deseable que alguien tome partido por mí. Al contrario, una dosis de curiosidad, como la que nos inspira una planta extraña, acompañada de una resistencia irónica, me parecería una posición incomparablemente más inteligente".

Si al amparo compacto de los propios (que el magnetismo de las redes propicia) se une el dogmatismo actual de la tolerancia (por el que nadie puede criticar ni tus pensamientos ni tus gustos ni tu prosa), se entiende hasta qué punto el hater viene a sacudirnos de tanta adormilada complacencia y del inmenso vacío aquiescente. Son un amor.

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