Elogio del escombro

La hermosura y el sentido común no tienen por qué perder todas las batallas de la historia

Entre mis malos instintos, no tengo la querencia de destruir nada. No entiendo bien a quienes van paseando por la playa pisoteando los castillos de arena ni a los que encuentran excitante estallar una botella de cristal y cosas así. "Lo propio de la misericordia es conservar", clavó Bousset, y yo hago lo que puedo en todos los órdenes de la vida. Sin embargo.

Sin embargo, estoy exultante con la última acción de obra pública en El Puerto de Santa María. Dicen que el alcalde De la Encina tiene muy buenas intenciones, con las que está empedrando la calle Larga, en una obra que es un infierno de larga, por cierto. Pero que anda el pobre muy atado por la falta de presupuesto y el fuego cruzado de las izquierdas municipales. Con todo, si la medida de pulverizar el monumento (al Viento o a lo que fuese) que había a la entrada del Puerto es suya, ya puede darse por satisfecho por su impagable contribución a la ciudad y al bienestar de los ciudadanos.

No creo que las múltiples ocupaciones del Sr. Alcalde le permitieran leer este verano mi relato "Aristócratas Anónimos", donde soñaba con un grupo de ciudadanos comprometidos que se deciden a liberar el mundo de adefesios. Tras sus intervenciones explosivas, se descubren nuevas panorámicas, que el pueblo acoge con asombro y agradecimiento. ¿Quién me iba a decir que lo más parecido a un aristócrata anónimo lo iba a encontrar en el alcalde socialista de mi pueblo?

La desaparición del enorme monumento libera, para los que vienen, la vista del monasterio del Espíritu Santo que es una fachada grácil, alada, nívea y perfecta. Para los que van, les deja ver al río Guadalete hacia su nacimiento, que es una visión paradójica y lírica. Ahora también se observa un espléndido amasijo de hierros y escombros que alegra el espíritu y hace concebir esperanzas de que la hermosura y el sentido común no tienen por qué perder todas las batallas de la historia.

Sólo me apena pensar en el artista o la artista que concibió el proyecto. No sé quién es y tampoco, en las circunstancias actuales, me muero por saberlo; pero le digo que no se lo tome a mal. La papelera, la goma de borrar y el comando de suprimir son las herramientas principales de mi escritura; y la mayoría de mis artículos van directos al olvido, por fortuna. Tenemos que aspirar a quedar sólo por lo que merezca quedar y seguro que él o ella tiene obras que le salieron bastante mejor.

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