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La tribuna

Jaime Martinez Montero

Elogio de la clase magistral

NO se lleva mucho defender las clases magistrales, pero yo lo voy a hacer. Aunque sea un lugar común, quiero aclarar que esta defensa no significa que toda la actividad docente se desarrolle a través de clases magistrales. Tampoco, naturalmente, que se trabajen en ella aspectos que no puedan ser suplidos por la palabra. De todo debe haber, pero es bueno que se expliquen las virtualidades de esta forma tan tradicional de enseñar para que pueda ocupar así el lugar que le corresponde.

También he de decir que existen profesores aburridos o, directamente, malos, que escucharlos o seguirlos se convierte en un suplicio. Claro, de la misma forma que existen alumnos petardos o políticos calamitosos, sin que por ello se tengan que descalificar todas las manifestaciones del alumnado o de la clase política. Defender la exposición oral del profesor no es reclamar un espacio intocable para que cualquiera pueda decir lo que le dé la gana; es reclamar el efecto formativo y científico que tal tipo de actividad despliega cuando es ejercido por un profesor o profesora competente.

Es un gozo escuchar a un buen profesor. ¿Por qué iba a ser preferible que sus exposiciones las leyeran los alumnos en la fría pantalla de un ordenador a que las oyeran de viva voz y contaran además con la presencia del mismo? Y, sobre todo, cuando ambos formatos son hoy día posibles. Me tocaron en la universidad magníficos profesores, y cuando pienso cómo sería la alternativa si hubiera tenido que seguir aquellas asignaturas sin sus explicaciones me echo a temblar.

Porque el buen maestro no es sólo el que transmite correctamente unos conocimientos o una ciencia, sino el que se adapta al auditorio; el que sabe marcar los ritmos en función de las reacciones que percibe; el que con sus inflexiones y sus gestos subraya lo relevante y sabe hacer explícito el significado profundo de lo que explica; el que suscita dudas y preguntas, anima a su exposición y las enmarca para que adquieran sentido. Ante las preguntas de los compañeros y las respuestas del profesor, a otros se les ocurren cuestiones que plantean a su vez. De ese modo, entre todos construyen el conocimiento, entre todos lo modelan y lo perfilan y van alumbrándolo con el surgimiento de actitudes y la consolidación de posturas mentales ante el mismo. ¿No es esto la esencia de la enseñanza? ¿No es así como se participa en la clase? ¿No es así como se desarrolla la actividad intelectual?

Hoy parece que cualquiera puede ponerse a construir ciencia, conocimiento, sin que previamente haya adquirido las herramientas necesarias para afrontar con éxito ese trabajo. Se actúa como si los objetivos de la formación se poseyeran ya desde el principio. Así, se quiere que los sujetos sean críticos desde el primer momento, cuando aún no tienen las piezas con las que se construyen los criterios. Se quiere que sean originales, y no han adquirido ningún modelo con el que puedan comparar lo que hacen con lo ya hecho. Se pretende que construyan ciencia, pese a que no posean todavía los mínimos materiales para intentar tal cosa.

Las nuevas tecnologías potencian mucho las posibilidades de trabajo de los alumnos. La red se ha convertido en un lugar de fácil acceso donde se puede encontrar de todo, incluidos los contenidos de las asignaturas que se estudian. Tan se encuentra de todo, que muchos estudiantes, con el simple dominio del copiar y pegar pueden llevar a cabo trabajos extensos en un tiempo realmente breve... y sin haberse enterado de nada. Por emplear una metáfora física, se sumergen en el pozo de la ciencia y salen de él totalmente secos. Está muy bien que cada sujeto investigue y descubra la ciencia, pero para eso ha de saber hallar fuentes de información, aprender a valorarlas, a seleccionar contenidos, a realizar síntesis de los mismos y a saber expresarlas con precisión y brillantez. Pero hacer todas esas cosas requiere modelos, tener delante ejemplos de cómo se hace.

Cuando un profesor se explica bien cumple esa función, reordena nuestros pensamientos, les da vigor y realce a unos y orilla o relativiza a otros. Se muestra como ejemplo de exposición, exhibe cómo se conectan las ideas y qué palabras las representan con mayor exactitud. La exposición oral es también un buen medio de transmitir experiencia, esto es, de evitar a los que no la tienen que cometan los errores que ya se cometieron cuando otros antes que ellos hicieron ese recorrido, de indicarles cuáles son los atajos y ahorrarles los laberintos en los que se podrían ver complicados. La esencia del progreso de la humanidad ha consistido en que cada generación partía de los logros conseguidos por la anterior, no en que lo hicieran desde cero o que las universidades se convirtieran en el ejército de Pancho Villa de la ciencia. Para los que somos mediocres, que alguien nos enseñe bien es muy importante, porque sólo así podemos llegar a tener un nivel que en épocas anteriores sólo alcanzaron personas muy valiosas.

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