Flor de sal

Juan Martín Bermúdez

Ejemplo y voluntad

CADA día somos testigos de hechos y noticias que nos hacen creer en esta sociedad. Al conocerlos, y tras percibir un sentimiento de íntima satisfacción, nos demuestran que cuando se quiere, se puede.

Vivimos rodeados de buenos ejemplos en todos los ámbitos de nuestra vida, y también a diario maldecimos a tal o cual conciudadano porque problemas cotidianos de fácil solución no son abordados, o porque la desidia campa a sus anchas en una tierra agradecida que sólo pide un poquito de por favor.

Y pasan los meses, los años e incluso los lustros sin que veamos un cambio de actitud en quienes nos gobiernan, nos dirigen, en quien nos cruzamos llevando a su hijo al cole cada día o en quien lustra el viario cada mañana.

Tenemos un tesoro de playas, montes, marismas, monumentos y pueblos que, si bien algunos gozan del mimo de usuarios y vecinos, otros yacen silentes -cuando no emporcados y banalizados- esperando un tiempo nuevo. Y siempre recurrimos al mismo mantra: este alcalde es un pa ná, la Diputación es un cementerio de elefantes, la Junta no tiene vergüenza o el gobierno no mira más allá de su despacho en Madrid. Cuando el río suena, agua lleva… pero no toda manzana podrida pudre a su vecina.

Deberíamos apelar a la responsabilidad que tenemos como sociedad. ¿Cuántos conocidos hemos visto enfurecidos con el cuello como el de un cantaor apelando a la paja que el vecino tiene en el ojo sabiendo fehacientemente que sus decibelios son directamente proporcionales al tamaño de la viga que cobija su nublada vista? Ya nos vale. Esta sociedad sólo se construye con ejemplo y voluntad.

Posiblemente haya personas, proyectos y empresas afortunadas; pero pensemos en el titánico esfuerzo, en el desvelo permanente y en el denodado empeño de quienes, -aun a costa de su tiempo libre, de minimizar sus descansos y de emplear su dinero en la materialización de sus sueños- cada día hacen un poquito más grande nuestra sociedad.

También hay profesionales honestos que, tras intentos vanos, no ven llegar la mar a sus galeras, pero los mantiene vivos perseverar en el pertrecho de su navío hasta que suba la marea.

Una mar en calma nunca hizo experto al marinero, así que remanguémonos para bogar en las bravas aguas en las que ya navegaron miles de anónimos que construyeron con su esfuerzo y su sudor la hermosa provincia en la que tenemos la suerte de vivir. Demos ejemplo y pongamos voluntad.

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