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La tribuna

manuel Chaves González

Egipto: ¿el invierno islamista?

Araíz del golpe de Estado del Ejército en Egipto he recordado la frase de un analista político que al valorar la evolución política en algunos países árabes hablaba "de la primavera árabe al invierno islamista". La inestabilidad en Libia, la guerra civil en Siria rompiendo el precario equilibrio geopolítico de la zona y, ahora, el golpe de Estado en Egipto, truncando las aspiraciones democráticas de un pueblo, ponen en entredicho los resultados de la primavera árabe.

La primavera árabe ha sido uno de los acontecimientos más importantes en lo que llevamos de siglo. Por primera vez, el mundo árabe y, más concretamente, el islam político, afrontaban el desafío democrático de demostrar que el islamismo era compatible con la democracia y el respeto a los derechos humanos. Con la primavera árabe se inició en varios países una transición democrática que, desde el primer momento, presentó enormes dificultades. Se produjo una paradoja: quienes iniciaron la revolución pacífica fueron los movimientos civiles y laicos de ciudadanos, pero los que, posteriormente, obtuvieron rentabilidad política a través de las elecciones fueron los partidos religiosos.

Egipto fue un claro ejemplo. Los ciudadanos concentrados en la plaza de Tahrir hicieron caer a Hosni Mubarak después de treinta años de dictadura y en junio de 2012 fue elegido presidente Mursi, que se apoyó, desde entonces, en la alianza entre los Hermanos Musulmanes y los salafistas. Es cierto que la primavera árabe se desarrolló en una geografía en la que está fuertemente instalada la cultura islámica y la religión musulmana, lo que apuntaba a la búsqueda de un camino propio basado en sus tradiciones y de raíz política demócrata islámica con el impulso del combate contra la corrupción, el respeto a los derechos humanos y la conquista de la democracia en definitiva.

Egipto planteaba una mayor complejidad que el resto de los países implicados en la primavera árabe. Todo lo que tiene lugar en este país tiene repercusiones en el resto del mundo árabe. Egipto es el país más poblado del mundo árabe, con una importancia estratégica clave para desempeñar un papel moderador en los conflictos de la zona. Como una gran democracia, Egipto podía haberse convertido en el modelo político para el mundo árabe.

Dos años después de las primeras concentraciones en la plaza de Tahrir que acabaron con la dictadura, un golpe de estado del Ejército, partiendo de nuevas concentraciones en la misma plaza, acaba, al menos por el momento, con la experiencia democrática egipcia. Resulta evidente, que el Ejército ha estado vigilando el proceso tras las bambalinas y que la deriva autoritaria del presidente Mursi ha sido el argumento para un golpe de estado que ha puesto suspensión o término (ya lo veremos) al proceso democrático. Desde hace tiempo era previsible el colapso del estado.

Los detonantes, por una parte, el decreto de Mursi acaparando poderes casi absolutos. Por otra, una Constitución viciada por la ausencia de consenso nacional al marginar a los partidos laicos, lo que polarizó la división entre las fuerzas políticas y sociales. Viciada no sólo por la escasa participación ciudadana en su aprobación (el 32,9 % de la población), sino también por su contenido, recorte de los derechos humanos y el excesivo papel de la sharia en la sociedad. Al final, el golpe de Estado.

No es nada nuevo que el Ejército, después de un golpe de Estado, anuncie la convocatoria de nuevas elecciones y la vuelta de la democracia. Casi nunca lo ha hecho. En este caso, es alentador que, en la rueda de prensa del jefe del Ejército egipcio estuviera acompañado de los representantes de los partidos de la oposición, de las instituciones civiles y de las confesiones religiosas. Y lo más importante, el apoyo de los manifestantes de la plaza de Tahrir. Todos aparecen como garantes del retorno a la democracia.

Más allá de cualquier intención de tutela y de interferencia en los asuntos de Egipto, los países de la Unión Europea, entre ellos España, deben apoyar las iniciativas de las fuerzas democráticas egipcias, incluidas las islamistas, para la búsqueda del consenso nacional que facilite un rápido retorno a la democracia. Pero entiendo que las concentraciones ciudadanas en la Plaza de Tahrir que tan decisivo papel han jugado en la primavera árabe egipcia, que propiciaron la caída del presidente Mursi, deben desempeñar el papel catalizador de las aspiraciones democráticas del pueblo egipcio.

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