Échate p'allá

La costumbre de colocar a los afines cuando se llega al poder nos retrotrae al peor siglo XIX

El "quítate tú para ponerme yo" es el abc de la política de codos. Se ha puesto especialmente de manifiesto en el cambio de dirección del Instituto Cervantes, donde Pedro Sánchez, entre concierto y concierto, ha sacado a Juan Manuel Bonet y ha colocado a Luis García Montero. Debe ser otro ejemplo de su agenda cultural. El caso ha sonado porque Bonet lo hacía estupendamente, tiene prestigio para dar y regalar y es todo lo contrario a un fanático. García Montero deja a Sánchez a su derecha.

García Montero aparte, el coloquismo es un mal endémico. Hemos vuelto a las cesantías del XIX. ¡Con lo modernos y hasta posmodernos que aquí somos todos! En la administración formal, se logra considerando puestos políticos hasta un escalón muy bajo, de modo que el mecanismo de seguridad del funcionariado sólo funciona a medias y a medio pelo. Además, se crean muchísimos puestos de asesores y de libre designación. Y todavía, por último, la administración paralela es el paraíso del dedazo.

Sobran las razones para terminar con esta práctica. Incuba el clientelismo político, que acaba llenando los partidos de aprovechados y pelotas. Ideologiza la ordinaria administración. Interrumpe la gestión, contagiándola de los ritmos sincopados de la política. Dificulta la eficacia y el rigor administrativo. Desmotiva a los empleados. Desautoriza a la jerarquía. Extiende un manto de sospecha sobre cualquier servicio público. Etc.

Todos lo ven, pero lo difícil es arreglarlo. Porque, ¿quién empieza a no retocar los puestos que tocó hasta el manoseo el anterior gobierno? ¿Quién se queda con una administración trufada de cargos de otro color? ¿Quién deja a los suyos con un palmo de narices?

El problema tiene tal envergadura que habría que solucionarlo por partes. Confiar en los funcionarios y al máximo nivel. Adelgazar las administraciones y suprimir duplicaciones, con lo que no sólo ahorraríamos enchufes, sino mucho dinero. Desideologizar la gestión. Aspirar a un proyecto común de nación en el que todos puedan colaborar. Consolidar los puestos directivos durante un plazo razonable para sacar adelante un proyecto. Desarticular los partidos políticos como estructuras clientelares y oficinas de colocación de afines… Cuando se piensa, en esta cuestión de los puestos repartidos entre propios tenemos un termómetro de precisión para medir la salud de nuestro sistema democrático. Por ahora, fiebre alta.

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