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La escandalera social por lo de Irene Montero es un signo de salud pública. Lo que ha dicho la ministra encargada del ramo en la Comisión de Igualdad contradice un artículo del Código Penal, el 181: "El que realizare actos de carácter sexual con un menor de dieciséis años, será castigado con la pena de prisión de dos a seis años". Comparen esta ley con las ideas de Irene Montero: "Ningún adulto puede tocar su cuerpo [de los niños] si ellos no quieren". Esa salvedad irenea del consentimiento de los niños no la permite el Código Penal. Por razones obvias: nada hay más manipulable que la voluntad de un menor. Para que no nos quepa duda de que Irene Montero se ha echado al monte, añadió que los niños "tienen derecho a amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana basadas, eso sí, en el consentimiento y esos son derechos que tienen que ser reconocidos".

El clamor ha sido transversal. No sólo han protestado los partidos de la derecha sino asociaciones feministas y ciudadanos no adscritos. El subterfugio del consentimiento de los menores ha sido siempre la coartada de los pedófilos exquisitos.

Pero el estupor de las declaraciones de Irene en sede parlamentaria, siendo tan sano, no debería nublarnos el juicio. ¿No es probable que, en vez de echarse al monte, como parece, lo que haya hecho Montero es salir de la espesura en la que ya estaba emboscada? Por eso, ni ella ni sus groupies piden excusas ni se explican tanta extrañeza.

Quiero decir que la ministra no ha defendido nada que no esté implícito y sea perfectamente coherente con la educación sexual que reciben los niños en las escuelas y con la ideología de género que cuelan por todas las rendijas de la publicidad y el entretenimiento. El pasmo con las palabras de Montero se parece al del capitán Renault en el Rick's Bar de Casablanca: "¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!"

No pretendo desactivar la reacción ante una ministra promoviendo en el Parlamento un ilícito penal. Me alegra que la sociedad española no se haya acostumbrado. Lo que propongo es aprovechar esta loable estupefacción para preguntarnos si no nos han estado colando de matute su mercancía muchos años. La pereza de los buenos es el camuflaje de los malos. ¿Qué filosofía de fondo, qué autores de referencia, qué materiales didácticos, qué agendas manejan? A ver si quienes tendríamos que echarnos al monte somos nosotros.

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