Cuarto de Muestras

A la espalda

Puede que la reina sólo quiera democratizar la corona y decir que ella es una triste mortal más

Como la Pantoja con sus canciones, dicen que a nuestra reina Leticia le gusta enviar mensajes con sus vestidos. Al parecer utiliza un lenguaje cifrado de colores y hechuras que homenajean, reivindican o lloran el dolor y la pérdida. Algunos periodistas, al modo de los egiptólogos con los jeroglíficos nos desvelan el significado de los colores, de aquel hombro descubierto o de unas alpargatas que, de repente, se convierten en todo un símbolo de empoderamiento y personalidad. Cosas pequeñas.

El caso es que el otro día la Reina lució su espalda al descubierto con un gran escote. La convirtió en un ruedo ibérico en el que, una vez más, aparecieron los partidarios de Joselito y los de Belmonte enfrentados. Para unos era paradigma de elegancia y buena forma, para otros, claro, no iba vestida de reina y aquella espalda empedrada daba grima. Yo sólo acerté a ver unos huesecillos como los de los pajaritos fritos, de esos que deben crujir al primer mordisco. El rey sabrá.

Voy a hacer yo también de egiptóloga. A lo mejor sólo quiso mostrar con su vestido azul la negra espalda del tiempo, como Javier Marías en su libro. Nos enseñaría su vida de ficción en esa piel transparente, por la que asoman las piedras del camino, por mucho que tonifique su cuerpo. Quizás quiere mostrarnos con sus brazos casi siempre desnudos el esfuerzo físico que supone distraer la mirada a los demás y lo poco que dura la distracción.

Puede que la reina sólo quiera democratizar la corona y decir que ella es una triste mortal más, que se machaca en esas nuevas capillas llamadas gimnasios, en las que se rinde culto a la buena forma con sus fervorosos músculos almidonados.

No sé, pero si pienso en espaldas, la primera que se me viene a la cabeza es la de la Venus del espejo de Velázquez. Sin huesos, con curvas, recostada e insinuante, segura en su desnudez, reconociéndose en el espejo, dejando su intimidad a la vista de todos y de ninguno Una espalda alargada, triunfante y feliz entre sábanas, una espalda cuya belleza vence al propio amor.

Es difícil desnudar a una reina porque en todo desnudo suele haber alguna decepción (salvo que te pinte Velázquez y seas una Venus). Los reyes siempre se han revestido con mantos, coronas y joyones conscientes de que la desnudez es mejor imaginarla. Sólo en un cuento un sastre malo desnudó al rey mediante engaños. Y sirvió de mofa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios