Cambio de sentido

Duermevela

La duermevela puede conceder un estado de entendimiento. El arte y la literatura no son ajenas a ello

En los pasados días de chicharrera del infierno me ha dado por ver pelis en las que los protagonistas también se asan de calor. Con la que está cayendo, sólo a mí se me ocurre ver Fuego en el cuerpo. O Pasaporte para Pimlico, en la que, en plena ola de calor, un barrio londinense no sólo decide independizarse del Reino Unido sino que, además, se independiza. Algo tiene el calor que induce al dislate, y a que nos charle el cuerpo, y a dar entrada a lo onírico en la vigilia y todas sus posibles viceversas. Estoy convencida de que García Márquez no hubiera sido el gran exponente del realismo mágico de haber vivido en latitudes con otra climatología. "Entre la noche y el día no hay pared", dice mi abuela, y es muy cierto, pero sólo podemos comprobarlo bien en los momentos en que habitamos, porque no hay más narices o porque así lo elegimos, esa zona extraña que llamamos duermevela.

Estos días pasados de calor extremo y festivos sin fiesta nos han internado a más de uno en un estado en el que no podemos asegurar del todo que estemos despiertos ni dormidos. Ya sea porque la canícula nos quite el sueño o porque nos lo conceda de continuo, como me pasa a mí. El caso es que, con los ojos secos de no pegarlos o humedecidos de puro entornados, muchos hemos pasado estos días chocándonos con los quicios de las puertas, revoleadas en el sofá, farfullando algo de pronto, sin certeza de si ciertas cosas las hemos soñado o han pasado en realidad. Sucede entonces una danza sonámbula, en la que interactuamos con los demás, que también andan un poco ensoñados, de forma extraña. Esta circunstancia exaspera hasta que decidimos consentírnosla (si podemos darnos ese lujo). A quienes creen que de estos estados no se puede sacar nada de provecho no tengo argumentos para convencerles de lo contrario, ya que no se trata de algo racional esto de verle el lado bueno a los estados de duermevela. Sencillamente sostengo que en ese umbral, en el que se produce cierto abandono de la voluntad y a la vez cierta consciencia, puede conceder un estado de entendimiento. El arte y la literatura no son ajenas a esto que digo. De pronto, en el sopor de la canícula y la penumbra, conectamos ideas intuitivamente, una imagen mental nos revela algo que estaba oculto, la piel se eriza, conversamos despreocupadamente con los amigos a otro nivel. Suceden cosas dentro. Hay quien recela de estos estados. Quizá -diría Antonio Machado- por miedo a dormir, o quizá a despertar.

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