Domingo García vivió entre los siglos X y XI. Se ubicó en un lugar que era de paso para el Camino de Santiago. Una zona de bosque próxima al cauce de un río. Para facilitar el tránsito de los peregrinos que hacían el camino, arregló el propio camino y también el puente sobre el río. Ya puestos construyó además una ermita, un albergue para peregrinos e incluso un pequeño hospital donde atenderlos.

Mientras desarrollaba esta actividad, se fue creando alrededor de la zona una pequeña comunidad que le veía trabajar de esa forma tan desinteresada. Con el tiempo a Domingo García se le dio la categoría de santo, y para distinguirlos de otros santos con el mismo nombre, y por destacar su labor en el camino de Santiago, se le conoció como Santo Domingo de la Calzada, dándole rango de ciudad al lugar donde se estableció.

Hoy día la cofradía del santo conserva el mismo espíritu, facilitando albergue a los peregrinos y recordando, con rigor histórico, la actividad del santo en una ciudad que tiene dos catedrales, dos santos y dos cementerios, en el corazón de La Rioja.

Pienso que se ha conservado a lo largo del tiempo ese sentimiento de ayudar a los demás que tenía Domingo García, y por eso creo que el mayor valor que tiene la ciudad son sus gentes. Si usted viaja a Santo Domingo de la Calzada, junto a un centro histórico perfectamente conservado, podrá comprobar la realidad de sus habitantes, los calceatenses.

Cuando hable con las personas, les atenderán con tal disposición que llegará a sentirse como si estuviera en casa. Si trata con cualquiera de los vecinos, o si asiste a las tertulias como la del café Isasi, verá cómo enseguida será bien recibido y bienvenido. Al final, en una ciudad con siete mil habitantes, comprobará que hay siete mil razones para volver. Y también al final, se dará cuenta de la realidad de los versos de García Márquez cuando dice: viajar es regresar.

A Santo Domingo de la Calzada desde la primera vez que se viaja se tiene el sentimiento de estar regresando.