HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Disturbios

A NADIE que sepa algunas cosas, no demasiadas, del alma humana, le han extrañado los disturbios en Europa a causa de la inmigración. Los esperaba. Era cuestión de tiempo y número, de concesiones intolerables a los que llegan de fuera y del aprovechamiento de éstos de las forma de vida europeas para acabar con ellas. Un signo de civilización ha sido la reproducción en un diario noruego de las caricaturas de Mahoma: su autor ha sido condenado a muerte por los islamistas y ha sufrido un atentado. Habrá que advertir claramente a los exaltados, que cada vez son más, que son ellos los que tienen que adaptarse a la manera europea de entender la vida y no los europeos a vivir en el siglo XV. Las sociedades civilizadas -se ha repetido tanto que parece inútil volverlo a decir- se distinguen de las que no lo son en que en aquéllas todo está sujeto a la crítica y al análisis, y en éstas se declara la guerra si se les mienta la madre. A los que vienen a Europa convendría aleccionarlos antes.

Señal de civilización es prohibir el burka en Francia y multar a quien lo lleve, y a quien obligue a llevarlo, para evitar viandantes enmascarados, y lo es establecer cuotas de alumnos inmigrantes en los colegios italianos para impedir guetos y escuelas de éxito y de fracaso. Los ingenuos y los simpatizantes del Islam radical por odio a su propia cultura o por intereses políticos las ven como medidas racistas. No lo son. En Calabria hay enfrentamientos graves entre jóvenes italianos y negros que trabajan en los campos y el ambiente de rechazo es cada vez mayor. Las autoridades están preocupadas y con razón. Los remedios hay que ponerlo antes de que se descontrolen las situaciones. En Holanda, donde no se sabe dónde termina la tolerancia y empieza la irresponsabilidad, ha habido también tumultos en Culemborg durante varios días, entre marroquíes musulmanes y cristianos de Las Molucas. No han participado, que se sepa, holandeses de toda la vida, pero todo será que se enconen los odios.

El detonante de los disturbios es lo de menos (condiciones de trabajo escandalosas, rivalidad por un puesto, mafia calabresa), aunque deban ser tenidas en cuenta. Cuando dos culturas se ven obligadas a convivir, si no hay razones objetivas para el enfrentamiento, se inventan. La idea de que todos los hombres de todas las culturas pueden convivir pacíficamente sólo se la creen las almas benditas. La otra idea de que en Europa el racismo y la xenofobia están superados por la bondad de nuestro sistema democrático y tolerante, es verdad en las clases altas y bien educadas, no en el pueblo llano. El pueblo llano es más sentimental que cerebral: si ve que un mundo extraño y recién llegado puede cuestionar el suyo de siempre, saltan los resortes atávicos que los antropólogos explican muy bien, pero se les lee poco.

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