Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

He estudiado en dos colegios de monjas, imagínense lo que eso enseña. Lo recomiendo, si es que quedan colegios de monjas. De los dos en que estudié, las monjas se han marchado y con ellas la casa de los perros, la casa de las monjas y cierto aire marcial hoy desaparecido de todos los colegios que en el mundo existen. De la época del cole me ha quedado cierta afición a mirar por la ventana y a observarlo todo como si todo mundo interior fuese un aburrimiento, la necesidad de rezar cuando la cosa se pone fea, algo de confianza y una inquebrantable búsqueda de voluntad y empeño para hacer las cosas. Muy agradecida.

Hablo de colegios de monjas porque el gobierno actual me los recuerda. Un colegio ya en la fase final de los colegios de monjas, un privado concertado en plena decadencia planteándose cada curso si tiene que desaparecer. Un mal negocio y un auténtico quebradero de cabeza porque la enseñanza en un país tan cafre es muy complicada. Un enorme perro flaco al que todo se le vuelven pulgas y niños problemáticos rebotados de otros colegios y padres reivindicativos y absurdos; subvenciones que tardan en llegar y hasta un cura que cada vez está más mayor y aparece menos porque tiene demasiadas obligaciones que cumplir. Y monjas que ya no son lo que eran. Qué se le va a hacer.

Fernando Simón sería una especie de monja portera, que solían ser muy buenas personas y muy deslucidas. Siempre con la llave en la mano prohibiendo entrar o salir, con una responsabilidad que parece caerle grande. Salvador Illa es otra cosa. Illa es aquella monja capaz de dormirnos a cualquier hora del día con sus explicaciones, que tiene la grandeza de dudar y rectificar para desconcierto de todos. Es la monja que primero decidió quitarse el hábito hasta el punto de no parecer de la misma orden que las demás. Quiere cambiar la autoridad por el convencimiento. La ingenua y valerosa que tiene descontentos por igual a los niños, a los padres y a la propia comunidad.

Hablaré al fin de la superiora. Pobre. A todos sus destinos ha llegado sin que la quieran. Dentro de su propia orden se amotinó y, no veas, tiene que trina a todas las monjitas de cierta edad y criterio. Para colmo la dirección de este colegio no sólo le viene grande, sino que parece una maldición gitana, todo problemas. Menos mal que los alumnos hacemos lo primero que se aprende en todo buen colegio: rezar por las noches. Dios nos guarde.

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