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Dios guarde al rey de Redonda

Marías escribió grandes novelas, pero su creación más grandiosa es la del fantasmagórico Reino de Redonda

Javier Marías tenía fama de gruñón y altivo y cascarrabias, pero es -me resisto a hablar de él en pasado- una de las personas más atentas y consideradas que he conocido. Si tenías la suerte de superar una pequeña prueba inicial (en mi caso, haber traducido a Conrad y a Stevenson), Marías te daba acceso a un discreto pasadizo que podía llevarte a su reino privado. Y a partir de ese momento, Marías te empezaba a enviar libros dedicados (siempre con su hermosa letra de zurdo en tinta azul) o te mandaba una postal desde Bath deseándote un buen verano. Por supuesto, Marías exigía fidelidad (la lealtad era una de sus virtudes más apreciadas, y no en vano su obra está poblada por espías y traidores que se dedican a violar este principio moral). Y por supuesto, Marías no se mordía la lengua si hacías algo que le disgustaba. Pero eran las normas y todos sabíamos que había que aceptarlas. A cambio, recibías generosidad y afecto. Un afecto un tanto precavido, pero afecto al fin y al cabo.

Una de las figuras más queridas de Javier Marías era la del fantasma, esa presencia que flota en un tiempo incierto que abarca a la vez el pasado y el presente y el futuro. El fantasma nos observa sin que seamos conscientes de que está ahí. El fantasma adivina lo que nos va a ocurrir sin que sepamos por qué nos va a ocurrir. El fantasma siente afecto por nosotros, pero se avergüenza de demostrárnoslo (¿cómo vamos a reaccionar ante el afecto de un fantasma?). Marías escribió grandes novelas, pero su creación más grandiosa es la del fantasmagórico Reino de Redonda, ese islote deshabitado que existe en algún lugar del Caribe y del que fue rey -todavía lo es- con el nombre de Xavier I después de una serie de vicisitudes más inexplicables que la trama de una novela disparatada. No hay una metáfora más adecuada para definir la ficción narrativa que ese islote poblado por una corte invisible de personajes entre los que hay cartógrafos reales y maestros de la Real Caballería y nobles electivos que se llaman Duke of Torosguana o Duquesa de Ontario (la gran Alice Munro, por cierto). Ese islote poblado de fantasmas cuyo rey fue y sigue siendo Javier Marías (y más ahora que él mismo se ha convertido en otro fantasma) es una de las mayores creaciones literarias de nuestra época. Y allí, a lo lejos, entre la bruma, nos espera ese reino inhabitado.

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