Bahía Sur es un sitio único. En estos días en los que la humedad aplaca el oleaje, a mediodía el mar es de plata. Sentado en uno de los bares del paseo, el observador afortunado puede deleitarse con la visión sonrosada y blanca, lejana, de una bandada de flamencos posada en el barro; entre las escasas palmeras del adorno botánico se entrevén algunas barcas varadas, un mariscador afanado y solitario, las plantas autóctonas que resisten el concentrado yodo de estas aguas milenarias, cangrejos errantes. Al fondo, la silueta del Cádiz más moderno detrás del puente Carranza. Pronto se podrá ver la hermosa, moderna, ectópica figura del viaducto que ha proyectado Manterola. Familias enteras de las que antes no salían tan juntas se pasean unos a otros, cargados de bolsas de rebajas, sin mirar al horizonte. Tras los polvorines de Fadricas, la amenazada Casería se llena de pescado. ¡Ah! Bahía Sur también tiene tiendas.