Días funerales

El problema es lo de Javier Marías porque los escritores son reyes sin descendencia de sus reinos de palabras

Tan británico, atildado, elegante y sabio que tuvo que elegir días funerales para despedirse de la afición con un hasta luego. Con Juan Benet estará de nuevo hablando, con cierto desdén, sobre esto de ahora de la patria. El ingeniero de Región y el traductor de los textos intraducibles de estas vidas que vivimos se habrían encontrado en el Cielo, esto es muy flamenco, lo sé. Los flamencos se sueñan en un bautizo en un patio de vecinos celestial, con guitarras, palmas y gitanas guapas que levantan los brazos y se paran los relojes; con una mesa llena de bandejas de todo lo bueno y un arcón a rebosar de bebidas frías, de vinos generosos y maltas de la misma Escocia, por Dios, que no falte de ná. El silencioso cortejo con el ataúd que contiene el cuerpo inerte de la Reina Elisabeth, cubierto con la bandera de un reino unido, en un coche negro y cristal, no está en el imaginario colectivo del bronce y de la cal, el silencio está en las fraguas, y el dolor y el grito por las calles donde hay sudor y camisas desgarradas por el momentáneo triunfo de la muerte. No se ha bajado el cuerpo a la tierra cuando ya hay otro Rey con la corona puesta, no se trata de entenderlo sino de constatarlo. Tendría que ponerse a escribir de nuevo Javier Marías para que muchos lo entendieran.

Un país lo lamenta y se duele y entristece, y un mundo entero asiste absorto a lo milimétrico y británico de dar sepultura a una Reina. Había que escribirlo para poder entenderlo. Palabra a palabra, con esa escritura densa de muchos significados que avanzan como elefantes y como hormigas por el blanco papel. La Reina ha muerto, viva El Rey. No diría Javier Marías esta cosa meridional y caliente, daría vueltas alrededor de una historia imperturbable. Muere la Reina, Viva El Rey. Sin continuidad. El problema es que muera Javier Marías porque los escritores son los reyes sin descendencia de sus reinos de palabras. Mucho más cuando no lo sabíamos, que se iba a morir, quiero decir. Como se murió Luis Berenguer, de pronto. El 14 de septiembre de 1979, o sea, mañana. Bien mirado hay muchos días funerales, o todos. No sólo mueren los reyes, y las reinas. Muere toda la Corte y, en ocasiones, el Reino entero. Es el misterio sin misterio de este reloj de arena que nos acompaña siempre. Cae el último grano del reloj como cae el telón sobre la representación de la obra. O el fin en la historia que hemos seguido con interés en la pantalla. Tantos días funerales, ay…

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