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en la terraza

Pilar Vera

Devolver la bofetada

KATIE (Holmes) y Tom (Cruise) se separan. Y todos confiamos en que los Dioses de la Justicia Mezquina nos escuchen y su ruptura sea una carnicería de proporciones semejantes a la de su pasteleo. Es lo que esperamos, siempre, de cualquier ruptura mediática: el consuelo de saber que los ricos también lloran, aunque sea un poquito menos, hasta las cejas de bromazepán y con tímidas incursiones en Barbados para mitigar la ansiedad.

En cualquier caso, cualquiera con un poco de atención al detalle y psicología podía concluir, sólo con seguir los primeros pasos de esta pareja, que la historia de Tom y Katie iba a terminar tal y como -de hecho- ha acabado. Con la chica cambiando las cerraduras de la casa justo después de haber rellenado el pavo de Acción de Gracias según los preceptos cienciólogos.

De tanto en tanto, entre la orgía de fotos satinadas con un fondo de unicornios alados, se nos iba colando la cara de pasmo absoluto de Katie. En alguna fiesta aburrida, en el estupor del embarazo - "Heavens! ¿Hemorroides, en serio?"-, con su pequeña y perfecta niña replicante en brazos. Incapaz de procesar que el Top Gun de su alma hiciera cosas como pedir a las matronas "completo silencio" durante el parto, o que dejara en ridículo a todos los oligofrénicos del mundo durante una visita al programa de Oprah. Comenzando a entender -vergonzosamente, primero; dolorosamente, después- lo aliviada que debió sentirse la Kidman al ponerse sus primeras bailarinas en años.

De algo así, uno no se escapa directamente, plantando cara. Uno se escapa subrepticiamente, jugando sucio, como le han enseñado. Fingiendo que todo es perfecto y guardando celosamente los billetes, los nuevos juegos de llaves, las nuevas tarjetas del móvil.

Es un movimiento tan tremendo e inevitable, tan de reina de ajedrez, que cualquier agravio anterior parece ratonil, insignificante, minimizado. "Simplemente, te he devuelto la bofetada -que diría Linda Fiorentino, encogiéndose de hombros-. Sólo que más fuerte".

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