Relatos de verano

El Destino Del Narrador (III)

EL lunes y martes siguientes el narrador se entregó a los chicles con frenesí. Unos chicles de un sabor extraño y aviejado, como de menta rancia o algo así. Comenzó por los de medio gramo -de nicotina- y concluyó con los de uno -recomendados para situaciones extremas-, que le producían el mismo efecto que los de medio: ninguno. El miércoles, el narrador despertó con un fuerte dolor de mandíbula, desencajada, y un empaste partido por la mitad.

-Da pena verte- le dijo su esposa al ver como devoraba dos chicles de un gramo de una tacada.

-A la semana no llega- insistió la suegra.

-Eso ya lo veremos.

Durante los siguientes días el narrador probó fortuna con los parches de nicotina. Por las mañanas, cuando sus compañeros encendían sus cigarrillos en la redacción del periódico, el narrador, con disimulo, se encerraba en el cuarto de baño y se pegaba un parche en los hombros, en el pecho o en la barriga. A última hora de la mañana, el narrador volvía a repetir la operación, y después de comer, y por la tarde, y si se juntaban demasiados fumadores en la cafetería y cuando conectaba el ordenador. Llegó a tener pegados en su cuerpo seis, siete u ocho parches. Con frecuencia, cuando el síndrome de abstinencia era mayor, el narrador se propinaba fuertes puñetazos en los parches, como queriendo buscar esa calada que le volviera a transmitir la nicotina necesaria a su sangre.

-¿Te pasa algo?- le preguntó un compañero.

-¿Por qué lo dices?

-Por lo de los golpes…

-Ah, es una nueva técnica oriental.

-¿Seguro?

A costa de mostrar una imagen de locura absoluta -un hombre que se aporrea el cuerpo de esa manera la da-, de reprender a sus hijos constantemente -por detalles que hasta entonces ignoraba-, de mantener una permanente pelea con su esposa; a costa de tener que morderse los labios para no insultar a su suegra -empeñada en fastidiar a su irascible yerno-, y de casi arrancarse las uñas de los dedos -produciéndose padrastros y demás dolorosas heridas-, el narrador, tres o cuatro semanas después, comenzó a creer que podría dejar de fumar. O sea, creyó, por una vez, en él mismo.

Unos veinticinco o veintiséis días después de ese viernes que decidió dejar de fumar, el responsable de la sección de deportes le dijo:

-En una entrevista, Javier Marías decía que tras dejar de fumar estuvo un año sin poder escribir.

-¡Qué barbaridad!

-Eso digo yo.

El narrador buscó en internet -bendito Google- la veracidad de las palabras de su compañero del periódico y aterrado comprobó que no le había mentido.

-Pues anda que no me he fumado yo cartones después de escribir mi primera novela…

-Cartones y cartones…

A continuación, abducido por el eco de sus propias palabras, el narrador permaneció en silencio durante un buen rato.

Para combatir la sequía creativa el narrador ha diseñado muy diferentes y variopintas tácticas. Todas ellas, hasta la actualidad, con pésimos resultados. La libreta sobre la mesa, a las cuatro de la tarde, apenas dos renglones, y la pantalla en blanco que lo devora todo. Días tras día.

-Podría empezar por el título.

-O con un personaje…

-O con una descripción… a lo Marsé…

Dedica el narrador buena parte de las tardes a navegar por internet, a insertar frases y nombres en los buscadores -bendito Google-, tras esa historia soñada que no termina de llegar. A menudo, el narrador se despista, se aleja de la primera intención, y la navegación concluye en naufragio -viéndose obligado a borrar el historial de las páginas visitadas.

La semana pasada descubrió el narrador en la Red -internet- un anuncio que le llamó poderosamente la atención. Casi sin quererlo, en una de esas pesadas inserciones publicitarias que tanto cuestan eliminar, el narrador pudo leer: "Si eres un amante de la auténtica Literatura, si te dejas atrapar por la magia escondida en los libros, te esperamos en Viajes para Escritores, donde podrás encontrar todas las historias deseadas, tus autores favoritos, y un sinfín de talleres, experiencias y sorpresas que te serán de gran utilidad en el futuro. Inauguración de Viajes para Escritores, el próximo día catorce. Las diez primeras reservas cuentan con un regalo seguro: la historia de la Literatura Universal en doce tomos lujosamente encuadernados; una oportunidad que no te puedes perder".

-¿Viajes para Escritores?- se preguntó en voz baja el narrador.

-¿Qué será esto?

Marcó el narrador el teléfono que aparecía en la página web y una voz de mujer, grabada, le informó de tarifas y modalidades. Pulse 1 si usted ya ha publicado más de una obra, pulse 0 si permanece inédito. Escribió el narrador un extenso correo electrónico a la dirección indicada, solicitando más información. Nervioso, excitado, al narrador le hubiera encantado encender un cigarrillo, fumar con tranquilidad, anestesiar su ansiedad con nicotina.

Convenció el narrador al director del periódico, un hombre grueso y malhumorado, para que le permitiera escribir un reportaje, y, de paso, le pagara el hotel y los gastos de desplazamiento.

-Es una noticia fresquita que nos puede dar mucho juego, estupenda para el verano- dijo el narrador con entusiasmo calculado.

-No le veo la punta…

-Estas noticias se leen mucho, de verdad…

-Si tú lo dices… Pero te vas solo y las fotos las haces con la digital- le advirtió el director del periódico.

-Es lo que tenía pensado…- confirmó el narrador, complaciente con su superior.

-Y una tarifa de las normalitas, nada de cosas raras, que te conozco- le advirtió el director.

Tratándose de una cuestión de trabajo, entendía el narrador que le facultaba para poder investigar y recorrer con detenimiento y minuciosidad las dependencias e instalaciones que le presuponía a Viajes para Escritores. A pesar de sus continuas llamadas, de reenviar varias veces el mismo correo electrónico, de intensificar la búsqueda en internet, el narrador inició el viaje -hacia el Norte- sin poseer una información muy precisa de lo que iba a encontrar al final del trayecto.

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