Conviene no olvidar las cosas fundamentales, aquellas que han conformado el sustrato vital del ser humano y han ayudado a construir la personalidad, el carácter y el pensamiento. Ni siquiera hay que olvidar los errores, las torpezas de la vida, porque de ellas se desprenden enseñanzas para uno mismo y para los demás, y porque además es la manera más honrada de reconocer que la existencia no es sólo un cúmulo de momentos buenos, sino también un conjunto de fracasos, de pasos mal dados que, con el correr de los años, se convierten en moralejas. Y no se entiende que Pedro Sánchez no recuerde que ha plagiado, y qué ha plagiado; que Casado esté convencido de que su tesis le costó sudores; que Teresa Rodríguez se olvide por un momento de Cádiz para encabezar una lista malagueña; o que Aznar no sea capaz de reconocer que nos metió en una guerra por querer ser alguien en el mundillo internacional.

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