Ojo de pez

pablo / bujalance

Desafección

EL ambiente de (¿pre?)campaña de cara a las elecciones europeas ha resultado ser tan frío como se preveía. Imagino que apostar por Elena Valenciano y Arias Cañete como candidatos tampoco era la fórmula idónea para inyectar estímulo al asunto: más bien parece una traducción partidista del sabio gesto de encogerse de hombros. Pero vaya, sí, todo apunta a que no van a ir a votar ni las monjas. Así que ya sabemos de qué irán los balances: Europa no le importa a nadie, las instituciones continentales viven de espaldas a los ciudadanos, hay que hacer más pedagogía y toda la milonga. Luego, a tenor de los cuatro votos que se hayan recolectado, se resolverá que la tendencia es cada vez menos proclive al bipartidismo, que quien vota lo hace por castigar y que a quien se queda en su casa le da igual ocho que ochenta. Así que, en el fondo, hablamos de algo que trasciende a la propia indiferencia que suscita la cuestión europea, aunque tiene en ella, tal vez, su principal expresión: eso que llaman la desafección social hacia la política. Y ahora que vuelve a hablarse del sueldo de presidentes y diputados, y de si habría que pagarles más para convencer a la areté de que se meta en política (en el fondo, lo que se respira aquí es la vieja melancolía por la aristocracia), conviene aclarar de qué hablamos cuando hablamos de desafección.

Los ciudadanos ven ya a los políticos no sólo como a personas incapaces de resolver sus problemas; según los barómetros al uso, los propios políticos ya son considerados por los ciudadanos como uno de sus grandes problemas. A menudo, en ciertas tertulias se llega a la no precisamente desinteresada conclusión de que a la gente no le interesa la política; y, bueno, lo cierto es que en los últimos años han aparecido a cuenta de la crisis diversas experiencias de autogestión social y económica empeñadas en demostrar que podríamos vivir sin ellos. Cada vez que se habla de la distancia que separa a la política de los ciudadanos, son éstos los que aparecen representados dando la espalda. Pero lo justo es recordar que durante muchos años han sido los políticos los que han vivido de espaldas a los ciudadanos, especialmente cuando han podido permitírselo, cuando no había problemas (o los problemas esperaban debajo de la alfombra) y sus señorías podían dedicarse más a su promoción (y enriquecimiento) personal.

Es fácil aquí hacer demagogia. Pero no, lo que los ciudadanos esperan de los políticos no es que dejen de hacer política: al contrario, lo que esperan de ellos es que la hagan de una vez, más y mejor, en Europa y en los Ayuntamientos. Y ya llegamos tarde.

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