Yo te digo mi verdad

Decir Andalucía

Ya iremos nosotros a votar por nuestros intereses comunes en su momento, no por los humores individuales

Una candidata sobrevenida alardea de algo tan extraño como el sentimiento andaluz, seguramente tan inconsistente como su empadronamiento; el mismo presidente de la Junta afirma sentirse "profundamente andaluz", y otras dos candidaturas llevan el nombre de la comunidad en su denominación electoral. El gran espectáculo de una campaña, en la que empiezan a dar ganas de taparse los oídos en lugar de aguzarlos, se basa en algo tan artificial como una circunscripción o una división meramente administrativa del Estado.

Por mucho que me lo estrujo, mi envejecido cerebro no alcanza a dilucidar qué es esa cosa que se llama sentimiento andaluz y que, según parece, sólo alcanza a los que nacen o viven un centímetro más acá de la frontera de Despeñaperros y no les ha tocado en suerte a quienes vinieron al mundo en localidades como Puerto Lumbreras, Monesterio o Vila Real de Santo Antonio, sólo porque la cigüeña soltó su regalo unos metros más allá de la raya.

A un andaluz no le hace falta sentirse. Lo es o no lo es por una simple decisión de los administradores que en su momento dibujaron dónde acababa o empezaba una frontera, exactamente igual que nos pasa al ser españoles. Y yo diría que está tan alejado de la realidad como cuando uno dice "sentirse joven", frase que sólo pronuncian quienes ya han abandonado esa edad temprana.

La nacionalidad, o la regionalidad, la determina simplemente el azar, pues. Así que no conviene ir alardeando de algo que no hemos conseguido precisamente por nuestros méritos. Y probablemente no hay intereses más opuestos que los de un señorito muy andaluz y un jornalero muy andaluz, o los de un comunista y un ultraderechista andaluces. Y si existiera una idea común de Andalucía sería muy posible que todos esos extremos llegaran a un acuerdo mínimo, pero no es así.

Y no lo es, simplemente, porque nuestra comunidad, como todas las demás, comienza y acaba donde la línea artificial de unas provincias diseñadas en el siglo XIX, y si atendiéramos a lo que proclamamos, sabríamos que los sentimientos no tienen fronteras.

Déjense de proclamas y cuenten lo que quieren hacer si les damos nuestra confianza, y ya iremos nosotros a votar por nuestros intereses comunes en su momento, no por los humores individuales.

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