La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Cuerpo de amor de la literatura

El libro materializa la lectura en un objeto que es mucho más que un objeto: caricia, olor, compañía, recuerdo, vida vivida

Según datos del Anuario de Cultura Digital 2021, los ingresos generados por las plataformas de lectura digital crecieron un 145% en 2020. Y según las estadísticas del Gremio de Editores de España, los lectores digitales fueron más voraces que quienes leen libros en papel: los últimos leen una media de 9,7 libros al año mientras que los digitales les doblan con 12,8 lecturas anuales. La pandemia ha hecho mucho por esta forma de lectura que, dicen, llegó para quedarse. Y también por aumentar el número de lectores: según el antes citado gremio, durante el confinamiento, en busca de "entretenimiento", "desconexión" y "relajación", la lectura alcanzó su máximo histórico. Los títulos más leídos muestran qué entretiene, permite desconectar y relaja a la mayoría. Parece que la gran literatura del pasado o del presente no lo hace: el consumo de la novedad supera con mucho al de los clásicos de todo tipo, incluidos los modernos y los que en su día fueron literatura popular.

Nada nuevo. La mayoría de los lectores siempre ha gustado de la novedad, sobre todo desde el fenómeno de los bestseller gracias el paralelo crecimiento desde el siglo XIX de la industria editorial y la alfabetización. Aunque no deben olvidarse los longseller, los libros más vendidos a lo largo del tiempo, cuya lista -en ficción- encabezan Don Quijote, Una historia en dos ciudades y El Señor de los Anillos. Lo que sí es una novedad es el crecimiento de la lectura digital. No es una buena ni una mala noticia. La literatura preexiste en más de dos mil años al libro como lo conocemos. En su bestsellerEl infinito en un junco Irene Vallejo cuenta esa historia que se inició en tablillas de arcilla, juncos del Nilo o pieles de animales.

Pero el libro añade valor a la lectura. Tiene que ver con su materialización -tacto, olor, diseño-, con su posesión, con el afecto volcado en un objeto que es mucho más que un objeto, con la silenciosa compañía de los volúmenes que invitan discreta pero obstinadamente a su lectura y relectura, con su irse amontonando en las estanterías como una autobiografía, cada uno de ellos ligado -cuando fue comprado, cuando fue leído- a un momento de nuestras vidas. Esto nunca lo podrá ofrecer la lectura digital. Como la visión de películas en soportes domésticos nunca podrá ofrecer lo que las salas de cine ofrecían ligando las películas a un momento y un cine concretos.

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