La tribuna

Jorge Rodriguez Mancera

Crisis petrolera y crisis alimentaria

EN una anterior Tribuna señalé cómo la escalada de precios del petróleo y sus derivados está repercutiendo en los precios y suministros de un buen número de alimentos de la canasta básica, motivando la reacción de muchas comunidades y analistas que responsabilizan de ello a la producción de biocombustibles, a pesar de existir otros factores causantes de esta situación, como los climáticos, del lado de la oferta, y la entrada al consumo de China y la India, del lado de la demanda.

Se evidencia una falta creciente de alimentos básicos en muchas regiones de África, Asia y América Latina, y problemas en EEUU y Europa, producto del aumento impresionante de precios en artículos como maíz, sorgo, trigo, arroz y oleaginosas, entre otros, en proporciones superiores al 100% en muchos casos. Al mismo tiempo se están presentando incrementos sustanciales en precios y utilidades de empresas procesadoras de granos y otros alimentos, productoras de fertilizantes y plaguicidas, fabricantes de maquinaria agrícola y otros bienes, en proporciones superiores al 100% con respecto a los últimos ejercicios.

Estamos ante un ciclo perverso de acentuación de los desequilibrios sociales y económicos en el mundo: mayor enriquecimiento para los grandes grupos empresariales y dramático empobrecimiento con síntomas de hambruna para amplísimos sectores de la población mundial. Dilema y urgente desafío para estudiosos, organismos multilaterales y gobiernos de naciones ricas y pobres, en un momento álgido de una globalización incapaz de corregir los acentuados desequilibrios entre la oferta y la demanda de bienes energéticos y alimenticios, cuyas secuelas trascienden lo puramente económico y golpean sin piedad lo social y lo ambiental.

Las acciones tomadas hasta el momento se preocupan por los intereses vinculados al transporte, la agroindustria, el comercio y las finanzas, estos últimos dedicados a especular con los precios futuros de estas comodities, y muy poco por la población menos favorecida, como ha sido tradicional a lo largo de la historia. Basta con examinar las contingencias y fracasos de los programas de Seguridad Alimentaria pregonados en los foros internacionales desde hace más de tres décadas y encomendados a instituciones como la FAO, incapaces de mitigar el hambre en el planeta ni advertir sobre los riesgos de destinar ahora los alimentos a la producción de biocombustibles. Seguridad Alimentaria entendida no solamente como la oferta suficiente de alimentos al mercado, sino también como la garantía de suministrar a los pobres los alimentos básicos en condiciones adecuadas.

Pero ¿podrá seguirse aplicando esta política sin considerar la catástrofe social inminente? ¿Tendrán los gobiernos la capacidad para impedir el desabastecimiento de alimentos a sus nacionales ahora que los productores se están lucrando con los altos precios ofrecidos por nuevos demandantes y para producir etanol y biodiésel, tal como está ocurriendo en Argentina, Brasil y México? ¿Son posibles en el corto plazo medidas para reducir el consumo de combustibles en el transporte y en la industria o existe alguna viabilidad para que los productores de petróleo en la OPEP rebajen sus precios a niveles donde los biocombustibles no sean competitivos? Si se optara por incrementar a como dé lugar la producción de materias primas vegetales, ¿qué efectivo podrá ser el recorte en el consumo de hidrocarburos? ¿Cuál será el impacto sobre el medio ambiente, si la producción de estos biocombustibles se realiza solamente extendiendo la frontera agrícola mediante la deforestación y aprovechando solamente los carbohidratos de los granos y fibras, y los frutos oleaginosos, y no la biomasa integral obtenible en el ciclo agrícola de estos productos? ¿Detendrán los chinos e indios sus demandas?

Responder estos interrogantes permitiría pensar en una estrategia capaz de enfrentar el Final en el mundo de una época de comida y energía baratas y conciliar en forma inteligente y apropiada dos necesidades vitales de la humanidad: dar de comer tanto al hombre como a la máquina, pero en ese orden y no en el determinado por los caprichos del mercado. Si parte de los mayores réditos obtenidos por los productores de bienes energéticos y agropecuarios por causa de las nuevas demandas de combustibles se destinaran a garantizar la dieta alimenticia de la población del planeta, resultaría justificable económica y socialmente la ampliación de la frontera agrícola para producir alimentos y biocombustibles, en condiciones adecuadas para impedir el deterioro del medio ambiente. Una solución transitoria hasta disponer de nuevas tecnologías para incorporar y manejar otras fuentes de energía en el transporte, la industria y los servicios públicos domiciliarios, porque el crecimiento de la población y de sus ingresos no permite sostener el actual modelo energético de consumo y contaminación.

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