Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Crisis y Osiris

MI amigo Fernando cumplió dos años el día que Felipe González ganó las elecciones de 1982. Hubo gente que pensó que aquello era el apocalipsis. También, claro, quienes creían que todo estaba hecho y el paraíso a la vuelta de la esquina. Los dos años que tenía mi amigo Fernando son los que hoy cumple mi hijo Francisco Javier, que le dice tocayo todos los días a la imagen que nos mira desde la hornacina de la calle Peris Mencheta después de darle los buenos días a Clementina. Se parte de risa con las palabras nuevas cuando se las pronuncio varias veces seguidas. Ayer jugamos a la crisis, que repetida muchas veces, crisis, crisis, crisis, se convierte en vocablo chirriante, onomatopeya de grillo hartible, urdimbre de dientes que se martillean durante una noche de insomnio.

Crisis y Osiris, apunté en faraónico binomio mientras dejé a mi hijo con sus ensayos de aquí no hay playa, vaya vaya. Por eso mañana nos vamos a Cádiz a celebrar su cumpleaños con su tío Eulogio y su tía Rosario. Allí sí hay playa, con Quiñones ordenando el tráfico de cangrejos ermitaños y caballas caleteras. Le han dado el Nobel de Física a tres japoneses que descubrieron los misterios de la asimetría. Es una metáfora de esta Crisis y este Osiris que nos tienen acartonados después de rozar con los dedos la opulencia, el esplendor, la plenitud. Carlos Marx se ha descolgado del bigote de Groucho y con sus barbas ha hecho una madeja keynesiana: el capitalismo se ha hecho de izquierdas, lástima que ya no queden proletarios. Y, si quedan, como pensó Alfonso Guerra aquella vez que abandonó el aeropuerto de Moscú, que Dios los coja confesados.

Llegan las primeras castañas al corazón de la ciudad. El humo que despiden tiene color de cuento de Dickens. Ya me las pedirá mi niño, el tocayo del santo que evangelizó el Japón y que se quedó en puertas de la China. El futuro es ese cuerpo de niño, tan grande, tan chico, como le digo cuando me regala esos despertares con una sonrisa y un hola, papi. No hay sinécdoque más hermosa: mi niño son todos los niños del mundo, incluidos esos millones de niños para los que esta crisis que nos solivianta los telediarios sería un reino de hadas. La asimetría de estos pequeños tan grandes es la medida del porvenir. Diez del diez. Antonio, el frutero que trae los melocotones de Calanda, fue padre de Nerea el nueve del nueve. Y Érika fue madre de Tomás el cuatro del cuatro. Niños simétricos del milenio más niño de la historia: ocho años y pico, que no ha hecho ni la primera comunión y ya lo quieren enterrar en el camposanto de los malos presagios. Los buitres no dejan de dar vueltas con sus informes. Volverán a casa sin carroña.

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