SI hay dos personas públicas que destacan en nuestra ciudad por no contar con el apoyo de las multitudes, éstas son el director del Área de Medio Ambiente, Antonio Caraballo, y la viuda del poeta Rafael Alberti y presidenta de su Fundación, María Asunción Mateo.

Antonio Caraballo se ha caracterizado por lo visto a lo largo de su trayectoria política por ser un mandón redomado y un instigador de todo lo que ha sucedido entre las cuatro paredes de la Casa Grande de El Polvorista y, sobre todo, ha sido acusado de manejar los hilos de todos los que han ocupado el sillón presidencial del Salón de Plenos. Desde hace varios años se encuentra hibernando en los cuarteles del área de Medio Ambiente y viajando para recuperar el tiempo perdido. Listo como él solo, se dio cuenta de que los tiempos actuales no son buenos para la lírica. Sin embargo, y a pesar de querer pasar inadvertido durante el mandato de Enrique Moresco, ya han pasado por su manto tres concejales que acabaron por abandonar el espectro político. Eso sí, sin dar problemas a su partido, ya que a su marcha entregaron sus actas ocupando sus puestos el siguiente de la lista. No sé si en esto último Antonio ha tenido algo que ver. Como nos tiene acostumbrados, siempre nos quedará la duda de si su poder alcanza cotas tan altas. Y eso le encanta.

De María Asunción Mateo, ¡qué decir! Pues, por ejemplo, que su entrada en la ciudad no fue precisamente triunfal, ya que se le consideró una oportunista por algunos sectores. Sin embargo, con los años y mucho trabajo ha conseguido que la obra de un maestro cono su Rafael siga traspasado fronteras. Las piedras que va encontrando en su quehacer, como el caso que la enfrenta al secretario actual de la Fundación, no es la primera ni será la última pero como siempre que se ha enfrentado a una pared dará el salto y dejará las cosas en su sitio. No me cabe la menor duda. Ambas personalidades, Maria Asunción y Antonio, son muy queridos por mí. Eso no significa que su historia sea intachable, que lo será. Pero conmigo nunca ha habido una mal gesto ni una mala palabra. Es más, en el caso de Antonio nunca me ha reprochado que no sepa pronunciar bien su apellido. En su defensa puedo decir que ambos ganan, y mucho, en las distancias cortas.

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