Aunque la distinción es válida para todas las ideas, me centraré aquí en las que operan en el marco de la política. Si observamos la actitud de la ciudadanía en relación con la llevanza de lo público, descubriremos diferentes grados de implicación. No yerro si afirmo que una buena parte de los gobernados manifiesta un relativo desinterés por aquélla. La sigue sí, pero con desapego y desde la lejanía. Constituye esa masa de opinión variable que, de no ser puntualmente atraída, suele acabar en la bolsa neutra y velada de la abstención.

Dando un paso más, nos encontramos con quienes muestran convicciones políticas. Se trata ahora de personas en las que ha surgido un convencimiento progresivo y fundado que les impulsa a adherirse fuertemente a un ideario concreto. Las convicciones nacen de un proceso reflexivo de decantación que convierte las opiniones móviles en juicios estables. En cuantos conciben así la política, como indica Delia Steinberg, conviven firmeza y tolerancia, capacidad para escuchar, sabiduría para abrir espacios de diálogo y sensatez para no encerrarse en una obstinación yerma. El ciudadano con convicciones respeta, jamás insulta, tiene la suficiente honradez intelectual como para aceptar una hipotética pero posible evolución de sus planteamientos.

Más allá de esa frontera, nos adentramos en la rigidez de las creencias. La adhesión muta ahora en obediencia, impera el dogma y se reduce peligrosamente la utilidad del debate político. "En ese estado de cosas -señala Otero Lastres- no hay confrontación de ideas, sino defensas cerriles de la doctrina oficial". Esa vivencia cuasi religiosa de la política entorpece los caminos de la razón, aísla posiciones y presagia el advenimiento del último y más nocivo de los estadios en la defensa de la propia ideología.

En efecto, de la creencia al fanatismo hay un pequeño paso. El fanático no piensa, asume como bueno lo que le suministran, se deja arrastrar por pasiones incontrolables, rinde su capacidad crítica. Intolerante por definición, el fanático además de negar cualquier otra alternativa, se afana en exterminarla. Sectario, irremediablemente violento, ciego y sordo, el fanatismo está en la raíz de toda dictadura.

Examine cada cual en qué segmento encaja su proceder político. Pero no olvide que sólo en el terreno de las convicciones desaparece la irracionalidad, florece la integridad moral y alcanzan una oportunidad las sociedades libres.

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