Tanto temer tanto tiempo y por tanta gente que una supuesta y masiva invasión de inmigrantes infieles iba a acabar con nuestra temerosa sociedad cristiana europea, y resulta que es una criaturita casi invisible de Dios (supongo que los microbios también lo son) la que ha disparado todos nuestros miedos y, por lo tanto, las alarmas.

Resulta ahora que no son las largas travesías desesperadas de familias enteras de refugiados huyendo de la guerra y la miseria las que propagan el mal, sino más bien los baratos viajes aéreos de occidentales y orientales ricos en busca del selfie más original; no es el culpable de nuestro encierro el miedo del que huye de la persecución injusta o del hambre, sino el pánico del que corre de su residencia madrileña hacia la costa o saca a sus hijos del lugar peligroso, llevando con ellos el incendio del que creen escapar, como muy bien retrató hace unos días el dibujante El Roto en uno de sus chistes que no hacen reír sino llorar.

Muchos, que se consideran fuertes y poderosos, clamaban contra la presunta manga ancha de esta Europa antes acogedora, y exigían unas fronteras impermeables. Ahora, todos nos tenemos que tragar la realidad de que casi la mitad del mundo (de momento) prohíbe la entrada a los españoles. Algunos, que ignoraron las recomendaciones de no viajar, gritan ahora que el gobierno los ha abandonado cuando se ven sin posibilidades de regresar de manera normal.

A lo mejor también habría que buscar al sospechoso entre todos nosotros, los que (mea culpa) al principio restamos importancia a la plaga, seguimos viajando o saliendo a los bares hasta el último día, con el convencimiento autotranquilizante de que era incluso menos grave que una gripe. Y ya no quedan palabras biensonantes para calificar a aquellos que aún hoy se van a la playa a tomar el sol, o a los insolidarios que acaparan productos dejando los supermercados vacíos.

Encerrados ahora, cuando hasta algunos políticos y banqueros tienen las manos limpias, la mayoría demuestra, no obstante, que sabe seguir las recomendaciones. Cuando salgamos de esta cuarentena, como el que vuelve de un viaje al pasado o el que sale de un coma ¡alegrémonos! ya habrá llegado el buen tiempo que nos invitará a prolongar la estancia en las terrazas, quizá nos mandaremos menos watsaps y habremos aprendido algo. Por ejemplo, a identificar los verdaderos males. Y sus raíces.

Y podremos volver a regalar nuestros abrazos. Incluso a los que vienen de tan lejos buscándolos.

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