HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Comercio de esclavos

TODAVÍA hay esclavitud en el mundo y las asociaciones ecologistas y retrohistóricas preocupadas por la esclavina bordeada de armiño del Santo Padre y por reclamar justicia para los templarios, mandados al otro mundo por Felipe IV de Francia y disueltos por el papa Clemente V hace 700 años. No es que me parezca mal que los historiadores aficionados juzguen acciones del pasado, cuanto más remoto mejor, o que los defensores de los animales averigüen el origen de los lujos peleteros del Papa, lo que me parece mal es que estas acciones, completamente inútiles y caprichosas, se hagan pasar por progresistas. Lo caprichoso y lo inútil, con su dosis generosa de ignorancia, no puede ser un progreso nunca porque la ignorancia no lo es. Tampoco es bueno establecer prioridades, salvo catástrofe natural, y dedicarnos todos a la abolición de la esclavitud, porque podría ser que, al vernos distraídos, el Papa se compre otro armiño.

Hay que estar en todo, pero al comercio de esclavos consentido por los gobiernos, que hacen la vista gorda porque activa la economía de zonas paupérrimas, deberíamos prestarle atención. Oficialmente está prohibido pero la prohibición no impide la venta de personas, por lo general muy jóvenes, niños casi. No pensemos tampoco en los esclavos domésticos de Grecia y Roma, unos privilegiados, sino en gente muy desdichada, apartada de su familia, o vendida por ésta, y de su tierra, para servir durante una vida corta a un amo que posee algunos bienes, no demasiados, donde nadie tiene nada. Los organismos internacionales y las iglesias hacen algo, pero la costumbre está tan arraigada que tanto esclavos como amos entorpecen las labores humanitarias. Y, lo más importante, hay que buscarles un sistema económico que les permita vivir sin esclavitud y comer todos los días. No se ha encontrado por lo visto.

No habrá que decir, por sabido, que todas las esclavitudes no son iguales. El Derecho Romano la contempla; muchos trabajos de hombres libres lo atan de tal manera que es lo más parecido a una esclavitud, aunque se hagan la ilusión de que no son esclavos; todos tenemos alguna sujeción de la que no podemos escapar, si no es para peor. La esclavitud es mala como institución, sobre todo en países que no pertenecen a la tradición clásica europea. Los esclavos eran personas con sus derechos en Grecia y Roma, no todos, desde luego, pero sí muchos. La esclavitud actual que nos enseña la prensa y los libros, por estar donde está, anula la personalidad del hombre, lo mantiene en la ignorancia, casi siempre la misma que la de su amo, y no es persona exactamente, sino mueble o animal doméstico, sobre el que el dueño es también dueño de su vida. Sin demagogia y sin cargar las tintas sentimentales: la esclavitud hoy como institución es aberrante, aunque haya buenos amos y malos esclavos.

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