El otro día tuve una falsa alegría. Leí con entusiasmo que el modelo de los centros comerciales había entrado en crisis, que en Estados Unidos están cerrando a mansalva. Digo falsa alegría porque creí que el motivo de la crisis era el hartazgo de la ciudadanía por ser expulsados de la ciudad, tratados como coches viejos derivados a polígonos industriales. Cansados de ser como animales estabulados, con su abrevadero, su espacio pequeño y medido de esparcimiento falso y su comedero de pienso de mala calidad. Creía que la gente quería volver a la ciudad habitada y habitable, no a una sucesión de bares y edificios en ruina. Creí que había esperanza. Pero no.
Al parecer los centros comerciales cierran porque el mercado de internet crece. Tanto expulsar a la gente de su entorno y no atenderla que, el paso siguiente es el que se está dando. Para poca salud ninguna y compro a distancia de verdad, pero sin tener que moverme. Triste avance para los que descendemos de los fenicios y nos gusta mirar a la cara en una tienda cercana, amable y especializada.
Algunas ciudades parecen rendidas a su propia decadencia, abocadas a degenerarse y perder su personalidad e idiosincrasia. Su hundimiento se produce desde dentro y desde fuera. Desde fuera porque son invadidas por turistas que sólo buscan la foto ante la imagen célebre y poco más. A cambio toda la ciudad se rinde a sus pies, pero en barato. Desde dentro, la ciudad es incapaz de ofrecer otra cosa que su propia postal y bares malos de fritanga, cubos de cerveza, falsas comidas típicas que son auténticas porquerías, tiendas de recuerdos fabricados en china y venta de alcohol 24 horas.
Cuánto más bella es una ciudad peor suerte corre. No digamos si para su desgracia tiene un puerto de mar que permita a los cruceros desembarcar por horas a su mole de pasajeros que toma la ciudad a cambio de una botellita de agua para el camino. Las ciudades han dejado de ser hospitalarias para sus propios nativos que van perdiendo su cotidianeidad y su apego, a la espera del fin de semana que les permita huir de tantas incomodidades. Comprar por internet no deja de ser otra huida. Hacer la ciudad habitable y generar una ciudadanía implicada en hacer la ciudad misma es el gran reto actual. Arquitectos y políticos tienen ese gran desafío. Lo tenemos todos. Si no, nos pasaremos la vida queriendo huir de donde vivimos y visitando lugares que ya no existen.
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