EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

Luis Mollá Ayuso. Capitán de navío

Cien años de Jutlandia... y algo más

Derrota alemana. Se cumple un siglo de la disputa en el mar del Norte que abrió una nueva era en las batallas navales. El acero de los navíos hundidos se reutilizó para la carrera espacial

En la madrugada del 30 de mayo al 1 de junio se cumplieron 100 años de la decisiva Batalla de Jutlandia, que clausuró una forma de combatir en el mar, dando paso a una nueva era en la historia de las batallas navales.

Durante siglos la guerra en el mar había permanecido encorsetada, dejando poco espacio a la táctica. Los navíos se situaban en fila, en dos líneas paralelas a rumbos opuestos y se liaban a cañonazos; una forma de combate en la que primaba la potencia y rapidez artillera para tratar de desarbolar a los buques enemigos antes de que estos lo hicieran con los propios. De esa táctica universal nació la expresión "navío de línea".

En la Primera Guerra Mundial, además de combatir a los aliados en las campiñas europeas, el objetivo alemán era asfixiar económicamente a los ingleses impidiendo el tráfico comercial en dirección a la gran isla. Para ello, la Flota alemana, inferior a la inglesa, sólo tenía dos opciones, engancharse en una gran batalla naval de pronóstico incierto o buscar el Atlántico por el Canal de la Mancha o por el norte de las islas británicas, en una salida en fuerza y a toda velocidad de sus bases en el mar del Norte y en el Báltico. Dada la imposibilidad de hacerlo por el Canal debido a las férreas defensas costeras, la solución estaba al norte, pero a esos efectos se levantaba en las islas Orcadas la base de Scapa Flow, un centinela infatigable que daba resguardo a los pesos pesados de la Flota británica.

En Jutlandia, la estrategia alemana consistió en formar pequeñas flotas con las que atacar grupos de barcos ingleses para distraerlos y poder alcanzar el mar abierto con las unidades más potentes. Una vez conseguido, el imperio británico en Asia quedaría al alcance de sus cañones, pues los ingleses apenas tendrían fuerzas para defenderlo, ya que la mayoría de los buques permanecían en aguas inglesas. Si la Marina alemana conseguía superioridad en el Índico, los ingleses tendrían que enviar refuerzos, debilitando de ese modo las islas, verdadero objetivo de sus barcos. Sin embargo, a esas alturas de la guerra los ingleses habían quebrado los códigos alemanes y escuchaban sus comunicaciones de radio, por lo que la salida de los buques alemanes de sus bases fue detectada. Dada la voz de alarma en Scapa Flow, el encuentro entre las dos grandes flotas (unas 250 unidades en total), que en realidad ninguno deseaba, terminó produciéndose. La batalla, que apenas duró dos horas, supuso la pérdida de 6.100 vidas y 14 unidades por parte de los británicos, mientras que los alemanes perdieron 2.500 marinos y 11 barcos. Aprovechando la llegada de la noche los alemanes se retiraron a sus bases, de donde no volvieron a salir en toda la guerra.

Ambos bandos se adjudicaron la victoria. Desde un punto de vista táctico podría decirse que ésta fue alemana, pero los ingleses se impusieron estratégicamente, pues pudieron mantener la defensa de la isla y del imperio, mientras que los alemanes amarraron la flota y se entregaron por completo a la guerra submarina. Por decirlo de un modo gráfico, Alemania había golpeado a su carcelero, pero seguía detrás de los barrotes.

Terminada la guerra, Churchill, que odiaba los submarinos, concentró cerca de Londres los 176 que los ingleses capturaron a los alemanes y que finalmente fueron repartidos entre los aliados. La flota de superficie era otra cosa, pues los barcos estaban construidos con el mejor acero de las minas del Ruhr y la óptica y artillería alemanas eran muy codiciadas, de manera que el premier británico ordenó concentrar los 74 buques de la Flota alemana de superficie precisamente en Scapa Flow, a la espera de la firma del tratado que finalmente sería llamado de Versalles. Desde el armisticio (8 de noviembre de 1918) al tratado de Versalles (29 de junio de 1919), la Flota alemana permaneció fondeada en Scapa Flow, donde sus hombres sufrieron todo tipo de penalidades y vejaciones por parte de sus carceleros ingleses, hasta que, con el tratado a punto de firmarse, el Almirante Ludwig Von Reuter ordenó hundir sus propios barcos.

Con el paso de los años, la mayoría de los barcos alemanes fueron rescatados del fondo de la bahía de Scapa Flow y desguazados para la venta como chatarra, pero nueve de ellos permanecieron hundidos. Nadie podía imaginar entonces el extraordinario final que les esperaba.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial era imposible encontrar acero de alta calidad, pues su fabricación necesitaba ingentes cantidades de aire puro, inexistente después de las experiencias atómicas que siguieron a Hiroshima y Nagasaki por parte de norteamericanos, rusos, ingleses y franceses. Surgió entonces la carrera del espacio y los americanos necesitaban acero puro para los medidores que pensaban dejar en la superficie lunar, volviendo la mirada a los barcos alemanes hundidos en Scapa Flow. Reflectores láser, sismómetros, medidores de radiación solar y recogedores de partículas cósmicas son algunos de los aparatos que aún permanecen sobre la luna y que fueron construidos con el acero de los barcos alemanes que participaron en la batalla de Jutlandia.

Y hay más, puesto que poco tiempo después de la llegada del Apolo11 a la Luna comenzó la era de las sondas que hoy continúan su avance imperturbable a través del espacio. La Pioneer10, por ejemplo, lanzada en 1972, alcanzada la velocidad de escape del sistema solar que le permitirá viajar ininterrumpidamente por el cosmos, se desplaza hoy hacia la estrella Aldebarán con medidores hechos con el acero de los barcos alemanes y un mensaje destinado a hipotéticas formas de vida inteligentes escrito sobre una lámina de aluminio atornillada al acero de los buques alemanes. Tallados en la placa se ve la propia sonda con un hombre y una mujer a escala, un mapa de nuestro sistema solar, y otros símbolos que podrían ayudar a esas inteligencias extraterrestres a interpretar un mensaje de buena voluntad.

En nuestra galaxia existen unos 17.000 millones de planetas de un tamaño similar al de la Tierra. Con que sólo uno de ellos tuviera una estrella próxima como nuestro Sol, capaz de mantener temperaturas que permitan la existencia de agua, el descubrimiento de vida parecida a la humana no sería descartable y nuestro primer mensaje llegaría adherido al acero de unos barcos que hace cien años combatían a cañonazos en el mar del Norte. Vida y muerte. La síntesis de nuestro planeta.

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