Confieso que mentar el calentamiento global a cada ola de frío no es un chiste con gracia -aunque lo gasté-. Es verdad que todos los julios y todos los agostos arrecian los recordatorios sobre el calentamiento global, que encuentran un público sudado y predispuesto. Pero yo ya prefiero no corresponder y aprovechar la obsesión por el calentamiento mundial para disfrutar más del frío. En vez de protestar, exultar, con cierta nostalgia preventiva, no vayan a ser los últimos estertores de nuestra era geológica.

Hegel anotó lo bien que se le daban a la filosofía los momentos finales con una frase un tanto redicha: "El búho de Minerva sólo extiende sus alas a la caída de la noche". Reflexionamos mejor y nos emocionan más las despedidas. Nunca se ama el verano como en septiembre ni jamás tuvo tanto encanto melancólico escribir una columna de periódico como ahora que los gurús auguran la muerte del papel. Cuando me hablan de la declinación de la ortodoxia católica, creen que así debilitan mi fe, pero la fortalecen, porque la hacen poética, épica. Así, el frío: puede ser bastante incordio, pero si, según Al Gore, está abocado a su desaparición, se llena de una belleza romántica.

Más si se pasa a la vera de una chimenea. Alguna vez he pensado fumar para protestar contra los dogmas y excomuniones de mi tiempo, pero qué que culpa tienen mis pulmones. Me he conformado, pues, con fumar con una chimenea en vez de como una chimenea. Estos son mis humos.

La leña está muy cara. Vale más que un mueble de Ikea, aunque también su madera es mejor y viene igual de desmontada. Miro el canasto de leña en mi salón y veo un mueble abstracto, desestructurado, posmoderno, una obra en marcha. Una vez vino a casa a cenar Simón Berges, que hace preciosos trabajos de madera, y cada tronco que yo iba a echar al fuego le partía el alma. "Oh, espera, si es precioso…", y lo acariciaba y lo olía. Hubiésemos pasado un frío mortal de no ser por el palo cortado. Simón no objetaba nada a que se echase al fuego de la conversación ese palo. Aquella noche aprendí a valorar la hoguera como un sacrificio muy serio. Lo es.

Quien dice que la chimenea es la televisión del campo le falta al respeto. La televisión nos aplana y el fuego nos ahonda. ¿No escribo ya del nacionalismo catalán porque Puigdemont acabó por quemarme? Qué va. Ha sido la chimenea. Al calor del fuego, las cosas sin importancia se desvanecen.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios