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Cesarismo

Causa pasmo la insondable vanidad de un personaje que no ha aportado nada, salvo humo

La desoladora y generalizada mediocridad de la clase política española, que adquiere tintes dramáticos en vísperas del previsible hundimiento de la economía y del no improbable colapso de los servicios sociales, el gran logro, ahora en el aire, de nuestro precario estado del bienestar, no puede ocultar el hecho de que el actual inquilino de La Moncloa sea con mucha diferencia -se ha visto ya, se vio desde el primer momento- el peor presidente del Gobierno desde la restauración de la democracia. Causa pasmo la insondable vanidad de un personaje que no ha aportado absolutamente nada, salvo humo, perfecto exponente de la degeneración de la política cuando sus representantes, olvidados del bien común, se entregan sin pudor a la autopromoción y la mercadotecnia. Debemos a Theodor Mommsen, el gran historiador y filólogo alemán, páginas muy lúcidas sobre el mal del cesarismo, caracterizado a partir de los rasgos silanos -por Sila, el dictador que inspiraría los pasos de Julio César- asociados al ejercicio del poder por hombres supuestamente providenciales, siempre liberticidas. Otro grande, el clasicista italiano Luciano Canfora, ha analizado con extraordinaria perspicacia la imagen negativa de los emperadores que ha transmitido la historiografía latina, escrita por representantes de la oligarquía patricia que sin duda añoraban sus antiguos privilegios. Es necesario, por lo tanto, abordar con cautela las descalificaciones que proceden de quienes desconfían por principio de las políticas de la izquierda. Y hay que decir, para ser justos, que los socialistas no son los únicos responsables de la peligrosa deriva en la que nos hemos instalado. Tanta o mayor responsabilidad tienen los conservadores, de nuevo asediados por un gravísimo escándalo de corrupción, y no digamos los liberales -inolvidable la rueda de prensa en la que su inconsistente ex líder, después de hundirse en las urnas, les comentaba a los perplejos periodistas que era muy feliz con su novia- o los nacionalistas, la traición, la sangría que no cesa. Secuestrado por un oportunista sin escrúpulos ni otra ideología que mantenerse en el poder a cualquier precio, el gran partido del tipógrafo Iglesias Posse y de don Julián Besteiro, altos nombres que obligan, debería desprenderse de su nefasto líder, de la insolvente camarilla que lo rodea, de los interesados asesores que lo parasitan, de los voraces aliados que lo exprimen y desnaturalizan, para abordar un profundo proceso de regeneración que deje atrás la estrategia divisiva del peronismo -el discurso populista, las aspiraciones clientelares- y devuelva a la socialdemocracia su lugar central en la vida española.

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