NO, amable lector, no son las cifras del paro del pasado octubre lo que le propongo celebrar, aunque comprendo las razones de muchos para agarrarse al clavo ardiendo de que casi cualquier tiempo pasado fue peor y todo eso. Mi propósito es más humilde, pero no sometido a los vaivenes de la economía, versión micro o macro.

Un buen amigo me enviaba hace unos días, desde muy lejos, a propósito de algo tan trivial como un cumpleaños, la siguiente reflexión del gran Chesterton: "Recuerdo que hace mucho tiempo, en una de mis incontables controversias con Bernard Shaw, hice un comentario sobre una desdeñosa observación suya de que no celebraba su propio cumpleaños y de que tampoco le importaban nada los cumpleaños de los demás; le contesté que eso mostraba con exactitud en dónde estaba realmente equivocado; y que si hubiera celebrado su cumpleaños, podría haber celebrado además muchas otras cosas. El primer hecho sobre la celebración de un cumpleaños es que es una manera de afirmar -como si fuera un desafío y hasta algo extravagante- que estar vivo es algo bueno. Pero hay un segundo hecho sobre los cumpleaños y sobre el canto del nacimiento de toda la creación. Al alegrarme por mi cumpleaños, me alegro de algo que yo mismo no me encargué de llevar a cabo... Y digo que es una visión estrecha de la vida la que deja a un lado todo este aspecto de la vida: toda la receptividad, toda la gratitud, toda la herencia, toda la adoración".

Nada de lo que es evocado por Chesterton como consustancial a la verdadera celebración forma parte del tinglado macabro y mercantil que rodea a la triunfante Halloween, tan alejada hoy de sus orígenes tradicionales, monstruosa deformación de todo lo que en nuestra cultura ha sido considerado digno de fiesta. En la repugnancia puramente instintiva, mucho antes de que llegara a cargarse de razón, que me produjo desde el primer instante pude constatar el buen trabajo que padres y educadores firmaron en mi modesta persona. Y mi asombro es infinito cuando observo a madres amantísimas introducir con tal frivolidad a sus hijos en mundos siniestros de los que nada bueno, ni siquiera una sana diversión, puede nacer. En vivir voluntariamente de espaldas a lo bueno, lo bello y lo verdadero consiste la gran desdicha de una sociedad que nunca ha tenido tan a la mano las llaves de la felicidad y nunca la ha vendido tan barata.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios