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Sólo una sociedad emasculada aceptaría una ley que impone la castración de sus perros

TURURÚ, entran ganas de cantar por Peret. La ley de Bienestar Animal, que ha empezado su trámite, impondrá la castración. "Todos los perros o gatos que tengan acceso al exterior sean castrados, ya sea un perro utilizado para la actividad cinegética o para que esté tumbado en tu sofá", declara Sergio García Torres, director general, que añade: "La cría estará exclusivamente permitida a profesionales registrados".

Sólo es un proyecto, vale. Pero, ojo, que 1) en la Rioja, como ley autonómica, ya está operativa; que 2) llegan amenazando: "Esto estará vigilado por las fuerzas y cuerpos de seguridad" y, sobre todo, que 3) el TC, ese mismo que va pisando huevos para fallar sobre la ley del aborto, ya ha avalado la castración imperativa en sentencia 81/2020, de 15 de julio.

Un amigo muy centrista me ha confesado que él, por las partes de su Golden retriever, se calza un pasamontañas y prende unos contenedores. Pasaremos por alto el detalle de que lleva quince años conminándome a la moderación. Consideremos que sus contenedores son metafóricos y que la emasculación justifica, sin duda, su inquietud.

Por lo subconsciente, la ley saca a la luz la pulsión antinatalista que alcanza su cénit con los humanos. Pero a los animalistas también les tira capar a perros y gatos. Aunque doloroso, es un sesgo significativo. Y, además, incoherente: los mismos que prohibieron recortar los rabos, fuese cual fuese la raza, ahora esto. Las orejas, intocables; no los ovarios.

Tenemos que ser conscientes de lo impúdicamente autoritaria que es la medida. Intrusiva en la privacidad y en la propiedad, nos acerca más todavía al estado policial. No aconsejan la castración, la imponen.

Por lo supraconsciente, cualquiera que haya tenido cachorros en casa sabe que esa epifanía confiere un aire feudal al hogar, eleva al padre a pater familias, expande un aura bíblica de fecundidad de parra y vid en medio de la vida y un olor tibio a esperanza y ternura por las habitaciones. Pasa siempre que se produce o se crea en familia, con un licor o un vino casero o la cocina y, por supuesto, con la artesanía; pero con los animales domésticos se eleva casi a su máxima potencia, sólo superada -infinitamente- por el nacimiento de un hijo. Esta ley encontrará mi férrea resistencia. Sin pasamontañas, firmando, afirmo que las entrañas de mi perra, llamada Aspa (de Borgoña), son sagradas, como un fuego recóndito del hogar.

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