Opinión

Fernando / Díaz

Carranza no volverá a rugir

LA marcha de Armando me genera una confusión de sentimientos que trataré de exponer siendo objetivo. Se va un gran portero, otro símbolo del cadismo de la última década. Su sombra llegó cuando aún escocía que Ramón Blanco no renovara. El destino le entregó la difícil tarea de suplir a Férez, algo más que un portero antes, ahora y siempre. Llegó como un cachorro que estrenaba libertad paternal llevando su profesionalidad a límites que sufrieron sus competidores. Se marcha como un león herido por no haber dicho adiós jugando en su casa, Carranza.

Entre el mercado de invierno de la temporada 1998-99 y el actual he tenido oportunidad de tratar a un Armando con garras de fiera si un Vega, Rojas, Ramón, Navas, Limia o Contreras de turno le adelantaba para hacerse con la presa de la titularidad. Pero tras sus celos y manías por ser el elegido se esconde un hombre íntegro, enamorado y defensor del trabajo. Jamás miró el reloj mientras entrenaba porque no era su hora.

Su carácter le ayudó poco en sus primeros meses como cadista, cuando todavía lucía el dorsal de la duda sobre su rendimiento y Rojas le ganaba, temporalmente, la partida. Titulé una queja suya 'Armando jaleo', por ser suplente, y entendió mal el juego de palabras en la cuna del Carnaval. Pero el rugido del león de Sopelana, aquel que resquebrajó los muros del Juan Guedes y que le llevó a reinar en la selva de Chapín, se apaciguó entre sus cachorros, los nuevos cadistas de San Mamés.

Le brindo mi adiós con el respeto que merece un portero brillante para la historia del club. Su llanto fue el de los cadistas del encierro, de Las Palmas, de Jerez y de Getafe. Suerte, rey león.

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