ESPAÑA es un país de bares, como Inglaterra lo es de pubs, Italia de trattorias y EEUU de hamburgueserías. Antes de que se pusieran de moda las tertulias en las radios y las televisiones, se formaban de manera natural en los bares españoles. A la hora del café o en el momento de la tapa salía del fondo de la barra, donde siempre hay sitio, la recia voz convencida del que lo arregla todo en cinco minutos. Ahora, por si fuera poco, el enterao de turno ilustra a la parroquia mientras se ve alguna tertulia en la televisión. Acodados en las barras de los bares están los mejores tertulianos de España, los que analizan los lunes los partidos de la Liga y el resto de los días ofrecen sus recetas para resolver los problemas nacionales. En la ciudad tenemos desde El Último Tramo (antes en el Cateto y ahora en el Casino) hasta la del bar Liba pasando por el Terraza o La Cepa, donde sea menester. Por eso España está poblada de todo tipo de bares y nuestra principal industria es la hostelería. Aunque ahora hay gastrobares esta escena cotidiana se da mejor en los bares de toda la vida, de serrín en el suelo y camareros que saben de antemano lo que va a tomar cada cliente. De esa manera natural con la que en los bares se decide el futuro del país llegamos sin solución de continuidad a que LLORECA quiera que todo el mundo salga de sus casas, como nos anunciaban ayer desde las páginas de este periódico. A los que no frecuentan bares hay que hacerles que salgan de su refugio como sea. La patronal de la hostelería tiene preparado a grupo de empleados que recorrerán las calles al grito de "¡fuego!" para que la ciudadanía abandone la seguridad de sus hogares y consuma aunque sea un quinto de cerveza. Igual parecen pocas las 75 procesiones que han salido en la ciudad desde que acabó la Semana Santa, como enumeraba ayer con científica precisión Pablo Durio. Se me ocurre que de la misma forma que han hecho junto a la plaza Asdrúbal podrían patrocinar estas excursiones capillas con las que nos deleitan los cofrades un día sí y otro también, en un barrio y en el contiguo, desde una iglesia y desde la de al lado, para una conmemoración religiosa o para cualquier otro asunto mundano. Todo sea para que los bares gaditanos estén empetados, que es lo importante. El sonido de las maniguetas hace compás con las latillas de la Cruzcampo al caer, el olor del incienso mezcla con el de la freidora: es la esencia de Cádiz. Que rojos y ateos no vayan a quejarse. Derrotistas, que son unos derrotistas.

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