ME temo que la campaña electoral no sirve para nada. Para nada efectivo, como convencer a los electores, que es de lo que se trata. Quizá en otro tiempo los vendedores de crecepelo, los bienhechores y los iluminados tenían el crédito de la multitud y sus peroratas provocaban repentinas conversiones, pero hoy ya nadie cae del caballo camino de su particular Damasco. La campaña va dirigida sobre todo a conmover la generosidad de los medios informativos que desde hoy estamos bajo sospecha de deslealtad. Cada partido dispone de una oficina encargada de medir y comparar los metrajes de los telediarios, las columnas que ocupan las fotos y la longitud de las crónicas. Como si los segundos de informativos o los centímetros de reportaje fueran circunstancias decisivas para que usted y yo les votemos. ¡Mentira! Eso sí los medios tradicionales somos menos cínicos que los virtuales. Si, como los agoreros dicen, los periódicos de papel desapareciéramos ¿qué sería de las campañas electorales, de los gabinetes de imagen, de la política de declaraciones? ¿Para quién posarían?

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