La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Calores... y peores

Nevera de nieve en vez de eléctrica, abanicos en vez de aire acondicionado, cines de verano en vez de veraneo

Calorazo para el fin de semana con toda su retahíla de alertas exageradas, que los informativos parecen sacados de películas de catástrofes de Roland Emmerich con apocalípticos hombres y mujeres del tiempo (porque ya no son sólo hombres, como en los tiempos de Mariano Medina o de la canción de Los Mismos: "Les habla el hombre del tiempo / con nuevas informaciones: / tendremos chubasco y viento / en varias de las regiones, / el cielo estará nublado / y habrá nieve en las montañas, / algunos puertos estarán cerrados / y frío en el resto de España. / Solamente Canarias conserva el frío primaveral. / Tenerife tiene seguro de sol, / seguro de sol, seguro de sol)".

Vamos a ver. Calores ha habido siempre, y peores. Con nevera de nieve en vez de eléctrica, persianas echadas y aire de abanicos en vez de acondicionado, cines de verano y terrazas -¡cómo recuerdo las noches del patio jardín interior de La Bolera de calle Parra!- en vez de veraneo, con radio o charla como entretenimientos sin televisor. Yo, como muchos de ustedes, los he vivido. Y aquí estamos, al menos de momento. Las larguísimas tardes de Regina eran así. Persianas echadas por fuera de la barandilla del balcón, silenciosa penumbra solo rota por el crujido regular de la mecedora de mi abuela y, cuando se espabilaba de una de sus frecuentes cabezadas, por el suspiro y el golpeteo del abanico sobre el pecho. Los días peores se ponía un pañuelo anudado en el cuello para el sudor y de vez en cuando se levantaba para refrescarse en el cuarto de baño, regresando con el pelo mojado y olor a romero, limón y azahar de la colonia 1916 de Myrurgia.

La radio, con la novela. Yo, con un tebeo o un libro de la colección Historias de Bruguera, muy pegado al balcón para tener más luz. Sobre el ensanche caía esa paz absoluta, ese silencio total que son privilegio de los lugares que horas antes han tenido mucha vida. El mercado había cerrado. Los comercios aún no habían abierto. Manuela dormitaba en el rinconcito de la cuchillería, junto a su puesto de chucherías. El hombre del puesto de melones y sandías roncaba echado sobre una tela de saco. Eran tiempos recios. Pablo sesteaba en su minúsculo quiosco, a la izquierda de la puerta norte del Mercado de la que colgaban, como promesas para la noche, dos expositores de madera con carteles del Andalucía y el Arrayán verano. Y eso era todo.

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