La plantilla de Navantia respiró tranquila al oír a Pedro Sánchez confirmar que mantendrá la venta de armas a Arabia Saudí, al tiempo que condenó el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Para desactivar a Pablo Iglesias, Sánchez apeló a los argumentos de Kichi, a la defensa del trabajo en una provincia tan afectada por el "drama del desempleo", en lo que parecía más bien una excusa. Cuando los australianos exhiben el potencial de las armas que les vendemos, lo hacen desde el orgullo y nos encanta. Pero si las compran los saudíes, damos a entender que las fabricamos por pena. El alcalde de Cádiz dijo en su día que la paz mundial no puede descansar sobre nuestros astilleros, y su colega de Ferrol, el también podemita Jorge Suárez, sentenció que "somos Ferrol, no la ONU". Y llevan razón. Antes a la sociedad le traía al fresco que Arabia no disimulara su pulso con Irán en el Golfo Pérsico. Los niños víctimas del conflicto importaban tanto como los que fabrican nuestra ropa a trece céntimos la hora. Pero por fortuna, nuestra conciencia ha despertado gracias al asesinato de Khashoggi. Ha sido tan atroz, que hace tan sólo 15 días, cuando la ministra Robles cuestionó la venta de armas a Arabia, se esperaba impaciente cualquier gesto saudí que confirmara que las corbetas no peligraban. Y en cambio este miércoles, cuando sus mandos visitaron La Carraca, lo hicieron de tapadillo.

Estamos tan consternados, que para justificar su posición los políticos de este país nos hablan de política exterior como si dominaran el terreno. Bastaría con recordar lo que nos jugamos y con subrayar que los perjuicios de convertirse en un proveedor que se arroga el derecho de juzgar moralmente al comprador pueden extenderse a futuros contratos. Los astilleros de La Isla y de Puerto Real dependen de las corbetas para garantizar su porvenir a corto plazo y no hay más historias. Máxime, visto el borrador del Plan Estratégico del Gobierno para Navantia de los próximos años, que margina a la Bahía sin anestesia. La empresa pública SEPI, incomprensiblemente y si nada cambia, prevé invertir 4.000 millones de euros en Ferrol y otro tanto en Cartagena, pero apenas 200 millones para esta Bahía. Y de este agravio nadie habla.

Es difícil entender por qué ese afán en los últimos tiempos por dedicar Puerto Real a la construcción civil que genera tantas pérdidas millonarias, en lugar de seguir tirando de fondos propios, barcos para la Armada. En Ferrol, cuyo futuro se perfila en dicho plan con garantías de inversión por parte de Defensa, ni se plantearía. Franco ya se llevó en 1943 la Escuela Naval de Oficiales para Marín, y el ex ministro Trillo (2003) trasladó la Escuela de Infantería de Marina a Cartagena. Si hoy alguien duda de que Andalucía sigue sin pintar mucho en la escena nacional, la SEPI contempla ahora una inyección de 500 millones para el nuevo dique gallego que facilite la construcción de grandes buques de guerra, cuando aquí tenemos el más grande de Europa, en Puerto Real, que se complementa a la perfección con el de La Carraca. Por algo aplauden hasta en Galicia cuando pedimos un quinto y un sexto petrolero. Aparte de que apenas se escucha nuestra voz, nuestros astilleros caminan por separado en lugar de ir todos a una. No olvidemos que los planes de la SEPI pasan por la muerte vegetativa de la plantilla de la Bahía. Por todo ello, el debate ético con la venta a Arabia es necesario, pero no ha de apartarnos de la idea del Gobierno, que tiene en mente adelgazar la construcción militar en la Bahía, entre otras razones, porque nadie se da por enterado. Encima de que se arrinconan los astilleros, lo más hipócrita es que algunos utilizan a sus trabajadores de escudo, como si de ellos dependiera la paz en la península arábiga.

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