Ala hora de la verdad, cuando toca decidir, esta ciudad no se pone de acuerdo. Si de lo que se trata es de criticar y dividir, Cádiz es imbatible. Pero cuando hay que tomar la iniciativa y aglutinar para encarar el porvenir, afloran sus debilidades. Cada vez que se eleva una propuesta, una corriente subterránea le empuja a torpedearla antes que a remar en la dirección correcta. Aquí en lugar de reflexionar, se protesta incluso desde el desconocimiento. Y por lo general, quienes más alzan la voz, son los que se esconden cuando hay que lanzar un penalti. Da igual que hablemos de regenerar las playas -ha empezado el verano y aún quedan notables mejoras por acometer tras los temporales- que del cinturón universitario, que de la integración puerto y ciudad. Toda estrategia se mira con recelo antes que con ilusión y nobleza.
Cuando la Junta se incorporó hace un año al plan de integración del puerto y la ciudad sonó a música celestial. Ya sólo quedaba definir el modelo urbanístico para los 300.000 metros de muelles que no tendrán uso portuario a medio plazo, gracias a la apertura de la nueva terminal de contenedores. El alcalde, José María González, celebró por todo lo alto el compromiso del Gobierno andaluz, que invitaba a planificar el futuro. Llamó a la participación ciudadana y el aplauso fue unánime. La Universidad coordinó los estudios técnicos y los debates ciudadanos. Aquella foto suponía un espaldarazo para una operación esencial para la expansión de la capital y la Bahía. González subrayó con solemnidad que "éste es el planteamiento más importante a realizar en Cádiz, si me apuran, en todo el siglo. Es hora de que las lealtades sustituyan al desencuentro anterior". La oportunidad parecía de libro, pero la Junta aún espera que Cádiz se aclare con los usos, para incentivar posibles inversiones que generen riqueza y empleo. Como es costumbre, la polémica y las luces cortas no permiten ver el horizonte. Conste que el presidente de la APBC, José Luis Blanco, lanzó un mensaje de tranquilidad a los empresarios del sector, inicialmente escépticos, garantizando que se preservará la actividad portuaria. Pero no caló. En todas las ciudades con dársenas en sus cascos históricos estas actuaciones que permiten al puerto obtener réditos a través de concesiones ya se han acometido. Aquí parece imposible porque nadie sabe qué hacer con los terrenos. Hay un fuerte rechazo al uso residencial y serias dudas con el comercial. Los portuarios se lo han hecho saber a Blanco abiertamente. Los empresarios se lo han dicho en privado. La Universidad opina lo mismo y también lo ha dejado claro el delegado de Urbanismo, Martín Vila. La suya no es una opinión más, porque aunque gobierne el alcalde, él es quien manda y gestiona estos asuntos con mano de hierro. González Santos podría liderar este ambicioso plan con propuestas tangibles, pero se ha salido de la foto y prefiere permanecer a la sombra, tras las palabras grandilocuentes, para pronunciarse a favor de la corriente que marcan sus socios. Podría rescatar el proyecto de la Ciudad del Mar o apostar por un museo oceanográfico, cualquier oferta singular e ilusionante que aporte valor. Pero ni siquiera parece cercana la solución para el hotel de Puerto América que prometió. Igual es que Vila tampoco lo ve claro. O tal vez la delegada de Turismo, Laura Jiménez, esté pensando en una consulta popular para aclarar sus propias dudas. Animar a la participación es siempre saludable, pero de ahí a confiar en que otros decidan por ti dista un mundo. Y así continúa Cádiz, en su laberinto, sin saber qué hacer para atar el futuro.
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