Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

Cádiz se ha empeñado en llevarle la contraria a quienes la tachan de pasota y de derrotista. Y el día que Cádiz se levanta de buena mañana, no la doblega ni la madre que la parió. Tras la condena impuesta por las alturas sobre la planta de Airbus en Puerto Real, sin dar la cara y sin apelación posible, algo ha cambiado en la atmósfera y en su cabeza. Y cuando esta provincia se acuerda y se rebusca, cuando se lo propone y aparca lo que le divide para defender su legado sin fisuras, es casi imparable. Desmantelar su tejido industrial sin leerle sus derechos tiene delito, pero pisotear su autoestima es un crimen de juzgado de guardia que le toca la fibra. Cádiz ya demostró de lo que es capaz en 2004 cuando al Gobierno se le metió en la cabeza cargarse los astilleros de La Isla por decreto y tuvo que recular tras una respuesta social unánime. Y cómo olvidar la histórica manifestación del 95, que salvó a la factoría de la capital. Hoy también se dispone a resistir, consciente de que se la juega.

No siempre fue así: esta provincia se ganó la fama de indolente en los tiempos en que parecía resignarse con una paguita cada vez que cerraba una fábrica. Sus líderes sabían lo que se cocía, pero reaccionaban tarde para llegar si acaso al desahucio. Cádiz no exhibió muy a menudo el pulso vital de estos días para afrontar sus problemas. Igual se hacía la sorda frente a las dificultades de astilleros, que miraba hacia otro lado cuando se hundía su tejido productivo. Se mostró tan conformista, a veces, que se le vio cómoda en el papel de víctima: siempre encontraba una excusa. El declive de su industria fue exponencial y apenas sí quedan recuerdos de su frenética actividad. Cádiz dejó de pensar a lo grande hace tanto, que en el caso de Puerto Real los gobernantes le han faltado el respeto sin guardar ni las apariencias. Quizá piensan que a los gaditanos les da igual que sus hijos se tengan que largar para buscarse la vida. Han de vernos tan descosidos y carentes de espíritu que ni cuidan las formas. Todas las instituciones del Estado, con todo el oro del mundo, han abrigado Airbus en Getafe, a la vez que preparaban el funeral gaditano. Tal vez creerían que al cierre, en el peor de los casos, le seguiría una de tantas manifestaciones tardías como la de Delphi. Pero quienes conocen Cádiz a fondo saben que también tiene su carácter. Y Cádiz ha dicho basta justo a tiempo para intentar cambiar su suerte y evitar una muerte anunciada. Cuando exhibe su genio y su ingenio se demuestra a sí misma que es mucho más que la tierra de las artes por excelencia: lo es también del talento y la capacidad, competitiva como la que más y capaz de arañar a cualquiera si le tocan el orgullo. Que le pregunten a la dotación del nuevo submarino que se puso a flote esta semana en Cartagena, o a países como el australiano, que nos compran los barcos y tanto aprecian nuestro conocimiento. O a los soberbios franceses. Cádiz ha vuelto a lanzar un grito unánime: que sepamos reírnos de nuestras miserias no significa que nadie pueda hacer lo mismo en nuestras narices. Todas las instituciones se han dado la mano para decirle a la compañía que Airbus no se cierra. Lo proclama Cádiz unida, sin ceder un ápice, lo mismo en el Carranza, contra el Madrid, que a través de los personajes del mundo de la cultura y el arte. Y aunque puede que nos arranquen de cuajo una fábrica de la que Airbus presumía tanto, Cádiz no va a consentir que le arranquen su dignidad socavando, de paso, su porvenir.

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