La campaña '22 otra vez' del Gordo incluía el humor como elemento diferenciador, en su guiño a la película Atrapado en el tiempo y a su día de la marmota, que a su vez podría estar inspirada en nuestro devenir, pero con menos gracia. Lo constata el último estudio de Servicios Sociales que proyecta una Cádiz prisionera de una época lejana, envejecida y asistida en exceso, que en lugar de labrarse su porvenir, confía en un premio gordo que la saque del bucle en que vive inmersa. Como Juan, ese cerrajero cascarrabias que interpreta el actor Luis Bermejo y que se despierta una y otra vez el 22 de diciembre, Cádiz vive presa de la decadencia tras el declive de su industria. Su autoestima cayó tanto, que ya ni confía en la Educación como ascensor social. En el mejor de los casos, algunos la contemplan como una ciudad museo abandonada a su suerte, que es incapaz de reinventarse, porque prefiere lamerse las heridas. Al fin y al cabo vivimos en el mejor rincón del planeta, ¿verdad?

Cádiz se recrea en su realidad imaginada, y pese a las inaceptables cifras del paro y a que la inversión brille por su ausencia -y aquí el informe vale para toda la provincia- prefiere vivir encerrada en sí misma, antes que perseguir nuevos horizontes. Ni la fuga de los jóvenes, ni la marcha de la clase media, ni su envejecimiento paulatino la despiertan del letargo. Claro que tiene sus encantos y sus atractivos para generar riqueza, pero Cádiz se conforma con su papel de triste secundaria cuando tendría que ser la dueña de su futuro. Para pasar página, toca esforzarse, y la clase dirigente sólo tendría que liderar una estrategia conjunta empujada por las diversas corrientes de esta provincia tan rica. Pero esa cerrazón por vivir cada municipio de espaldas al vecino, la sentencia ante las dificultades para compatibilizar la gestión y la debilidad financiera de sus instituciones con las necesidades de la calle.

La posibilidad de que los contactos políticos acaben en un sonoro fracaso obedece siempre a la misma razón que está detrás de todos los indicadores negativos. Nuestros dirigentes, al llegar al poder, ocultan su incapacidad de liderazgo tras la premisa de que el adversario no rema en la misma dirección. Al tiempo que simulan que anhelan el consenso, tratan de impedir cualquier avance cuando se instalan en la oposición. La dialéctica ha quedado tan arrinconada, que sólo se les ocurre llevar al rival a los tribunales y torpedear su gestión a la vez que denuncian el monumental atasco. Hasta la Patrona se ha visto envuelta en un juicio. Causa tanto rubor y tanta desazón, que a sus habitantes no les queda otra que llevarlo como la campaña del Gordo, con buen humor, para no deprimirse. Por la mañana escuchamos los datos del paro y la enésima posible inversión que vuela, y a mediodía alimentamos nuestra parodia con chistes fáciles y memes. Lo que peor llevamos, por mucha gracia que tenga Cádiz, es que otra realidad es posible, aunque sea más cómodo culpar al exterior de nuestra dependencia y nuestros males. La única salida para Cádiz es la del cerrajero cascarrabias, compartir su suerte para afianzar su futuro. Pero si los dirigentes lo admitieran, su argumentario y su propaganda irían a la papelera y tal vez con ellos dentro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios