Diez. Diez novelas inacabadas tenía Terry Pratchett en su ordenador. Las diez -si hemos de confiar en que ningún espíritu sensible haya hecho copias- han sido reducidas a la nada, a cachitos de hierro y cromo, polvo al polvo, dust to dust, bajo el peso de una apisonadora: eso es cumplir una última voluntad y lo demás son tonterías. A muchos -sobre todo, a sus editores- nos gustaría saber que existe alguna historia más de Pratchett que echarse al sombrero. Pero lo cierto es que la mayor parte de las publicaciones post mortem que se realizan deben dar ganas a sus autores de volver de la tumba: diarios, cartas, obras que nunca tuvo pensado rematar porque eran, en efecto, malas de remate. O casos especialmente felices (es broma) como el del pobre Stieg Larsson, que ni siquiera pudo disfrutar de la pasta. Terry Pratchett era un hombre sabio.

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