Ayer lamenté que Soraya Sáez de Santamaría se vaya por no ostentar el poder, y hoy lamento que Josep Borrell se quede por ostentarlo. Todo aquí es por el poder. Borrell, para contentar a los socios que apoyan al gobierno del que forma parte, ha hecho unas declaraciones inaceptables en cualquier político español, peores aún en cualquier miembro del Gobierno y bochornosas en un ministro de Asuntos Exteriores.

Ha criticado las medidas del juez contra los golpistas catalanes, mostrando muy poco respeto a la división de poderes y perdiendo la oportunidad de recordar los gravísimos delitos que han cometido y cómo otros se han escabullido de la ley y van por ahí pegándose vueltas por Europa. Y no sólo eso, sino que preguntado directamente si Cataluña es una región o una nación, ha dicho, con una claridad más negra que la boca del abismo, que es una nación.

Eso Borrell sabe que es mentira. Histórica, social y constitucionalmente. Ni ha sido nunca nación ni la mayoría de los catalanes la considera así ni, sobre todo, nuestra Constitución lo permite, pues en su precepto axial dice que sólo existe una nación, la española, patria común e indivisible. ¿Qué constitucionalistas son éstos que resultan incapaces de sostener el precepto que sostiene la Constitución?

Esas declaraciones lamentables las ha hecho, además, en el extranjero, en la BBC, en inglés, el día de la Diada. Más dañino, imposible. Basta conocer a los ingleses, tan insulares como institucionales, para saber que unas declaraciones así, en su televisión, y por el ministro de Asuntos Exteriores, quedarán grabadas a fuego en su comprensión del conflicto. Y la influencia de Inglaterra en cuestiones internacionales es inmensa.

Josep Borrell ha hecho un daño a España que será muy difícil de revertir. Ha clavado un puñal por la espalda a la Constitución en el peor momento, en el peor sitio y con la peor de las intenciones, sin que quepa alegar ignorancia. Para borrar ese daño, sólo cabría la dimisión, y, si fuese posible, en inglés y en la misma BBC, para que no quepan dudas. Es la única salida honorable que le queda, descartados el ingreso en la Cartuja, por ausencia de fe, y el seppuku, por razones culturales. Cualquier otra excusa, silencio, desdén o insistencia en lo dicho será perjudicial. Borrell, tras su declaración, ya es un borrón constitucional andante, una birria de ministro de Exteriores del Reino de España.

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