La tribuna

Manuel Ruiz Romero

Blas Infante que estás en los cielos

EN política, como en la música, los silencios también cuentan. La frase, vinculada a Rojas Marcos durante el tiempo que estuvo retirado de la política después de la conquista de la autonomía hasta su aparición como alcaldable de Sevilla en 1987, representa un aforismo del buen hacer entre representantes públicos y ciudadanía. Por extensión, las ausencias también hablan. A veces a gritos. Y si no, que se lo digan al Jefe del Estado cuando nació la segunda hija del Príncipe.

Es respetable en su intento de centrar el objeto de la cita, que un nuevo año la Fundación Blas Infante celebre el homenaje al creador del nacionalismo andaluz convocando el 10 de agosto, una vez más, "a todos los andaluces". Conveniente, porque hay que concretar alrededor de la figura que nos convoca. Nunca fue un acto ni privado, ni reservado: ni deberá nunca serlo. Por ello, sería deseable que el Presidente de la Junta estuviese a pie de monumento como un andaluz más y fuera de protocolo. Javier Arenas, todo sea dicho en su honor, nunca falta.

Está muy bien lo de celebrarlo en el interior del Parlamento, como institución más soberana del autogobierno, aunque aquí todo se confunda con la Administración. Sin embargo, el político debe estar entre el pueblo, y si esté le abuchea eso va en el cargo por su condición de hombre y sueldo público. No debe asustarle. Y cuidado, porque si continuamos por esa lógica perversa de la espantá ante el riesgo al desapruebo, sustituiremos los actos públicos por los espacios cerrados, las convocatorias por convites, la libre asistencia por los incondicionales palmeros del poder, la función de control desde la oposición por una mayoría electoral -dicen malévolamente- garante de estabilidad. Hasta las ruedas de prensa se convertirían así en mera lecturas de comunicados sin pregunta alguna por parte de unos sumisos periodistas. Y desde luego, así, todos convendremos, que la democracia no avanza. Puro estilo Berlusconi.

Pero voy más allá. Desde que Escuredo se comprometiera en 1979 a promover una celebración institucional todos los años, posiblemente estemos escenificando una peligrosa ruptura de incalculables consecuencias y de la que sólo sale perjudicado quien menos puede quejarse: don Blas. Cuando sobran monumentos a Infante y le falta difusión a su vida y obra, ahora sólo se le recuerda por el número fotos que algunos se hacen a su costa. Esta distancia social, aún con la intención de centrar el homenaje, puede acarrear situaciones esperpénticas en un futuro no muy lejano que no benefician a nadie. Mucho me gustaría equivocarme. Por cierto, tampoco vendría mal que se dejara ver algún día una representación -directa y no delegada-, del Ejecutivo central. Nunca estuvo presente y sería todo un gesto. Vendría bien la asistencia de la vicepresidenta Fernández de la Vega para anunciar, por ejemplo, como hizo en homenaje a Companys, la anulación por ilegal del juicio que condenó a muerte al Padre de la Patria Andaluza cuatro años después de ser fusilado. O la del propio ZP que quizás esté un año más por Doñana: sería todo un lujo contar con usted, señor presidente.

Lo cierto es que este nuevo ritual luctuoso del notario de Casares volverá a estar rodeado de reiterada polémica. El tótem se nos vuelve mito y su realidad ya no se sabe si es historia o fantasía. A falta de que cada andaluz descubramos el Blas Infante que llevamos dentro, más parece que todo el espectro político quiere hacerse una foto de estudio con él. Así, poco lograremos bajar a Infante de la nube y hacerlo el animal político que fue al margen de estructuras convencionales a las que renunció. Y es más, este año tenemos morbo añadido. Nos queda por ver quién se pondrá el pin más grande del notario justo cuando el nacionalismo andaluz es especie protegida y, sin embargo, todo los partidos se arrogan su herencia entre extrañas metáforas: "de transformación", "constitucionalidad" o "de izquierdas".

Digo yo -un poco en broma, pero en serio- que sería un foro apropiado para invocar el espíritu de Infante entre los cielos, conjurarse contra vampiros centralistas, dibujar encantamientos de horizontes lejanos, fabricar nuevos hechizos desde su lectura reposada, convocar a los andaluces de conciencia y beber, en el mismo vaso, pócimas que transformen el futuro en algo más sensato, razonable y posible. Capaces -sobre todo- de hechizar a una ciudadanía indolente, a un electorado inconmovible y a una militancia nacionalista extenuada. ¡Qué mejor escenario para homenajearle¡

Santificado sea tu nombre, amigo Blas, porque desde los altares, cuando abundan sacerdotisas, tus estampitas y tus santones: de tu obra y vida cada vez se sabe menos. Y no hay más ciego que el que no quiere ver y aprender de su propia historia.

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