Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

EL pasado jueves tuvo lugar en Madrid la presentación pública del Bicentenario. Como saben, el acto fue organizado por el Consorcio que, bajo la presidencia de Gaspar Zarrías, articula la presencia de las diversas administraciones en la preparación del 2012, y se celebró en el muy representativo Salón Simón Bolívar de la Casa de América. Buen lugar, dado el carácter americanista imprimido a la efemérides, idea esta especialmente acertada que va a marcarla, lo está haciendo ya, con un sello muy creativo, entrañable y, al mismo tiempo, polémico, pues todo lo que afecta a las relaciones entre España y los países del otro lado del Atlántico posee, en igual medida, esas cualidades.

El acto contó con la presencia, según narran las crónicas satisfechas, de muchos políticos, de bastantes representantes de poderosos medios de comunicación, de algunos empresarios avisados y de unos cuantos gaditanos, los que pasaban por allí y, además, otros pocos invitados por la organización. Hay que felicitarse por la conjunción de fuerzas que promete esa coincidencia del poder, el dinero y el saber -no olvidemos la presencia de nuestra Universidad de Cádiz-, pero igualmente, dada la solemnidad y el simbolismo del momento, cabe reseñar la potencia de las exclusiones, ya que en una ocasión así no se puede suponer inadvertencia. Sorprende la de la Iglesia, sin cuyo patrimonio poco habrá que celebrar en el 2012, y menos aún dónde, pero también la de las Academias, nacionales y provinciales, la de los colegios profesionales, con la única excepción de la Asociación de la Prensa, y la de instituciones culturales y foros cívicos gaditanos que vienen batiéndose el cobre por la cultura y por el propio Bicentenario desde hace mucho tiempo. Como se da la circunstancia de ser yo mismo en estos momentos director de la Real Academia Hispano Americana podrá alguien creer que respiro por alguna herida, pero ni eso me parece importante ahora ni ese temor puede hacerme callar ante otro mayor: que el Consorcio haya decidido, tan de mañana, trazar la raya de los que cuentan y los que no, al margen de toda trayectoria, consideración y justicia. Puedo comprender que sea grande la tentación de hacer del Bicentenario un coto más o menos cerrado, una mesa camilla, una alcoba, pero todos deberían pensar que no es esta ocasión para exclusiones sino para construir ciudad, y que la gente sin cuyo concurso toda la celebración puede acabar siendo un cascarón vacío está precisamente en las instituciones que el pasado jueves se quedaron fuera.

Mención aparte merece el lanzamiento del proyecto de transformación del castillo de San Sebastián en futuro Faro de las Libertades. Idea buena en principio, que quizá hubiera merecido un tratamiento menos efectista y, por supuesto, su anuncio en Cádiz y no en Madrid. Tiempo habrá de hablar de ello.

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