El mundo sufrirá una ligera sacudida. Un movimiento quizás leve, como un terremoto de pequeña escala. Será cuando acabe este encierro y los amantes separados se coman a besos en las calles. Cuando abuelas y abuelos puedan por fin achuchar a sus nietos y removerles el pelo entre lágrimas. Cuando amigas y amigos se reencuentren para contarse tantas cosas cara a cara, sin pantallas por medio, para decirse atropelladamente cuánto se han echado de menos. Cuando lleguen a casa esos hijos que se quedaron aislados muy lejos, en sus trabajos, en sus universidades, y sus padres los abracen como nunca, como si agarrándoles con fuerza se aferrasen a la vida y dieran las gracias a quien cada uno quisiera dárselas. Si todo esto se produce a la vez, a una hora convenida, temblará este planeta. Luego vendrá lo que tenga que venir, pero ya nadie nos quitaría ese momento único: la explosión de los sentimientos confinados.

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