Columna vertebral

Ana Sofía Pérez Bustamante

Belén de la rama y el gorrión

Un día me trajo un alumno, Paulo Gatica, un poema que había encontrado en un cuaderno de su padre. Quería que le dijera si a mí me parecía bueno, porque a él sí, y me comentaba además que veía en sus versos toda la vida de su padre, un viejo gitano comunista de El Puerto de Santa María, y que le había emocionado la letra temblorosa de quien apenas pudo ir al colegio. El poema es espléndido en su manera delicada y virilmente escueta de mezclar metáforas (la guerra, el miedo, la persecución, el silencio) y hechos (el hambre, el dolor, la incertidumbre humana): "Una rama grande/ de un árbol caído./ Un sueño profundo/ sin haber dormido./ Mi casa sin puerta,/ mi cama sin nada,/ ellos sin comida/ en la madrugada./ Los perros aúllan,/ la sombra se alarga./ La muerte pregunta./ Nadie sabe nada". El autor de estas coplas muestra en ellas su pertenencia a una cultura larga y honda: la flamenca. En efecto, Luis Gatica fue cantaor, viene recogido en la Enciclopedia del Cante Flamenco, frecuentó los mismos ambientes que Camarón y pudo haber llegado lejos de no ser porque la familia tiraba de él. Tuve la suerte hace poco de conocerlo en persona. Andaba por ahí la hija de Gerardo Diego, Elena, y le pedí que se sumase a nosotros para escuchar las historias de Luis: de cómo un día había sentido la necesidad de saber a qué huele el albero, la tierra de la uva. De cómo eso mismo hizo Rafael Alberti un día que lo llevaba él en su coche y le mandó parar para echarse de bruces en las viñas. De cómo Luis y su mujer, Pepi, tienen un amigo con don para los animales que se llama Bernardo. Bernardo crió a un gorrión caído de un nido. No sólo le daba de comer sino que le hablaba. Un día le dijo que ya era hora de encollerarse. Y el gorrión desapareció. Al tiempo volvió el pájaro a la mesa donde ambos comían para presentarle a Bernardo a su familia: a su señora la gorriona, que, como no tenía costumbre de trato con gente, andaba recelosa y remilgada, y a los gorriatos, que, más inocentes e inexpertos, se hicieron pronto a la costumbre de las amistosas migas de Bernardo. Hoy, día de Navidad, llevo el Belén de mi memoria este poema que resume una vida, y esta historia de Bernardo y su gorrión.

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