AQUEL presidente de una institución importante, recién nombrado, anteriormente un alto cargo, lo primero que hizo cuando llegó a su nuevo puesto fue preguntar dónde estaban el coche oficial y el chófer. ¡Ah! y comentar que pensaba que iba a ganar más. En cierta forma, su nuevo destino era una degradación, pero se consoló pensando que ya quisieran otros, a la vez que volvía a felicitarse por su buen olfato y capacidad de maniobra, que le permitían caer siempre de pie, y escapar con bien de todas las crisis. Tantos años en el poder habían afinado sus habilidades. Había tenido también buen cuidado en buscar acomodos para sus antiguos colaboradores, puesto que era de la idea de que había que mantener la red de favores, que nunca se sabe cuándo dará la vuelta la tortilla. Y aún seguían reuniéndose para celebrar, a cargo del erario público, su vieja amistad. Nadie diría que habían sido víctimas de una crisis de Gobierno.
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